Ignacio
Camacho, hoy en ABC,
en su columna “Liderar el fracaso” da
en el centro de la diana. Cuenta la que se le viene encina a la derecha si las
urnas no lo remedian: “Este ciclo electoral puede
dejar un mapa de poder pintado de rojo hasta en Madrid, Castilla y León o
Valencia, los bastiones históricos en que incluso durante el zapaterismo logró
el PP asentar puntales de resistencia. Si eso ocurre, el proyecto refundador de
la izquierda consolidará una nueva Transición inversa, en la que el espíritu de
la reconciliación quedará sustituido por la hegemonía de media España sobre la
otra media. Por eso resulta un suicidio político la pugna fratricida entre Casado y Rivera, que se dedican a darse pellizquitos de monja mientras el
adversario real los rodea de alambradas y trincheras. Enfrascados en una
estúpida lucha por la primogenitura interna no reparan en que van a quedarse
sin nada que liderar más que un irrelevante montón de miseria. Ni siquiera se
han dado cuenta del ridículo que ambos han hecho al enterarse por la prensa,
después de pasar varias horas en La Moncloa, de que el presidente le va a
entregar el Senado a Iceta. He ahí
una muestra de lo que les espera: una oposición impotente, malquistada,
ninguneada de la peor manera, fácil de chulear por su falta de consistencia y
sin el recurso de contrapesos territoriales que puedan proporcionarle un mínimo
de fortaleza. Para aguantar así cuatro años necesitarán mucha paciencia”. Y
mientras estas cosas se vaticinan, Casado saca a la calle a Rajoy para terminar de empeorar las
cosas, mientras el mentor de Casado, Aznar,
reaparece por Sudamérica diciendo que Venezuela debe ser intervenida para
apoyar a Juan Guaidó. Podría haber
dicho “para llevar a cabo unas elecciones democráticas”. Pero, ¿Venezuela debe ser intervenida por
quién? Este hombre debería ser más prudente, después de lo que sucedió en las
Azores, donde Bush, Blair, Durao Barroso y Aznar
decidieron la invasión de Irak. Y, también, desde el ridículo manifiesto con la
“reconquista” de Perejil en la operación Romeo
Sierra. “A mí nadie me habla de una derechita cobarde porque no me aguantan
la mirada”. ¡Ojú, qué tío! Aquí lo que hay que hacer es quitarles las sábanas a
los fantasmas. Les aseguro que se quedan en nada.
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