Señala hoy Antonio
Burgos en ABC: “No debemos
olvidar que la II República vino tras la manipulación de unas elecciones
municipales, que ganaron los partidos que defendían a Don Alfonso XIII, pero un inmenso pucherazo puso a Su Majestad
camino de Cartagena”. Como escribía Ángela
Bernardo (Hipertextual, abril 12,
2015): “Para
entender qué ocurrió el 12 de abril de 1931, debemos viajar por una puerta del
tiempo auxiliar, la que señala el 28 de enero de 1930. La también conocida como
«dictadura con rey» no sólo había
disuelto las Cortes, prohibido el uso de otras lenguas que no fueran el
castellano o restringido las libertades políticas e impuesto la censura.
También había sido responsable de la destitución de Miguel de Unamuno y de constantes conflictos sociales, lo que
finalmente provocó la dimisión del gobierno dirigido por Primo de
Rivera. La caída del
general Primo de Rivera supuso el principio del fin de la monarquía de Alfonso XIII. El ascenso del también general Dámaso Berenguer vino motivado por el
propósito de restablecer la ‘normalidad constitucional’. Nada de esto sucedió”.
Lo cierto es que no restableció
plenamente la Constitución de 1876 ni convocó elecciones a Cortes como exigían
los republicanos unidos tras el Pacto de
San Sebastián. Tampoco ayudó a la concordia el fusilamiento de los
capitanes Galán y García Hernández. Tras la destitución
de Berenguer llegó el almirante Aznar,
el 18 de febrero. Al poco de su
llegada convocó los comicios municipales para el 12 de abril. Con la ley electoral
entonces vigente (de 1907) y de conformidad con el artículo 29, en los
distritos donde el número de diputados fuese igual al número de candidatos presentados,
no habría elección, de modo que los candidatos eran elegidos de forma
automática en beneficio de la perpetuación de los caciques. Hasta entonces podían votar
los varones mayores de 25 años. No se tuvo en cuenta hasta la llegada de la II
República el voto de la mujer. Según el Anuario del Instituto Nacional de
Estadística de 1931, los partidos republicanos sumaron más de 276.000 votos en Madrid; los monárquicos no llegaron a 60.000. Algo
parecido sucedió en Barcelona y Valencia, logrando ganar en 41 de las 50
capitales de provincia. (Las excepciones fueron Ávila, Burgos, Cádiz, Lugo,
Orense, Palma de Mallorca, Pamplona, Soria y Vitoria. En Vitoria y Pamplona se
repetirían las votaciones el 31 de mayo, con victorias republicanas). Tales excepciones fueron en el medio rural por
la influencia ejercida por los caciques. En este sentido, Ángela Bernardo
recuerda que “el martes 14 de abril, las ciudades de Éibar, Valencia y
Barcelona alzaron la bandera tricolor en sus instituciones. Sólo quedaba
Madrid, pendiente de la decisión del monarca. Reunidos de urgencia el
presidente Aznar y el monarca Alfonso XIII, se debatieron varias alternativas.
Entre otras, destacaba el exilio del rey. Esta opción fue elegida finalmente
tras el acuerdo entre Álvaro Figueroa
y representantes de los partidos republicanos en una reunión en el domicilio de
Gregorio Marañón, en el que se pactó
la salida de la Familia Real de
España con total seguridad”. En total hubo en España 81.099 candidaturas a
concejales en 8.943 distritos. A Antonio Burgos le preguntaría: ¿dónde hubo
pucherazos? La respuesta parece clara: en el medio rural, donde triunfaron los
monárquicos por la presión ejercida por los curas desde los púlpitos, los caciques
y los terratenientes y el temor a posteriores represalias si no se cumplían sus
antojos. Los mismos avechuchos, casi todos ellos iletrados, que cinco años más
tarde aplaudieron con las orejas el golpe de Estado dirigido por Mola
y la posterior guerra civil.
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