domingo, 16 de agosto de 2009

FIESTAS

No tengo nada en contra de las fiestas de los pueblos, aunque a mi entender habría que cambiar la filosofía de esas fiestas. Con una nación empobrecida y un Estado disgregado, bueno sería que las fiestas locales cambiasen de patrocinador, en muchos casos el ayuntamiento, e incluso de patrón, ese santo o santa a los que a veces se brindan honores de jefe de Estado sin necesitarlos. En este tipo de celebraciones, cuando la devoción al santo resta imaginación popular, es mejor evitarlas y dedicarse uno a la lectura de cualquier cosa, aunque se trate de la “Rerum Novarum” de León XIII. Está bien que corra el vino y se den suelta a las vaquillas, a los toros ensogados y a todo el “Rol de cornudos” celiano , que también ellos tienen derecho a divertirse, si son esos menesteres los que “colocan” al vecino o distraen a la concurrencia, pero toda fiesta bendecida con incensario, procesión y cura de por medio, es una fiesta gafada. Es como el "frikismo", por desgracia tan devaluado por culpa de internet. En algunos pueblos, a la hora e confeccionar el programa de actos, se hace una distinción clara entre fiesta religiosa y profana, como en las habilitaciones de las piscinas públicas en la época del nacional-catolicismo, o sea, señoras y caballeros. Ni juntos ni revueltos. Cada género en su sitio, como en las secciones del Corte Inglés, que mezclar bragas con calzoncillos no puede traer nada bueno. Esas cosas sólo quedan bien entre políticos, en los cupos para las listas.

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