lunes, 3 de agosto de 2009
TRINIÁ, MI TRINIÁ
Elena Salgado fue la ministra que prohibió el tabaco en los lugares públicos, pero dejó lagunas. Ahora llega otra ministra, Triniá, la de la Puerta Real, carita de nazarena, con la Virgen Macarena, yo te quiero compará, y anuncia que, como eso del tabaco ya no se lleva más que en los países subdesarrollados, lo va a prohibir definitivamente en todos los lugares públicos. El que quiera fumar, que lo haga en su casa, o apoyao en el quicio de la mancebía. Se acabó el carbón. Los hospitales están abarrotados de obreros con enfisema en los pasillos y las cuentas de la sanidad pública no cuadran. Miren a Elena Salgado, que ni fuma, ni bebe, ni come, ni duerme, ni nada de nada, que ya parece la espina de Santa Lucía, o la hoja de culantrillo, que si la miras al trasluz se le pueden contar hasta los huesos de la raspa como a esas momas que pescábamos con los aparejos preparados por Godofredo en el puerto de Santander, entre los barcos, cuando los barcos atracaban frente al Paseo de Pereda, que ahora lo hacen en casa Cristo. Pues bien, como decía, Elena Salgado cambió de ministerio y, desde entonces, lo que pretende es dejarnos a todos los españolitos más secos que la mojama a fuer de sacudirnos los bolsillos. Por cierto, lo del consumo de tabaco también le ayuda, por los impuestos que generan las ventas de cajetillas y de puros habanos, esos vegueros que nos regalaban los padrinos en bodas, bautizos y comuniones y que siempre se terminaban rompiendo en el bolsillo del traje. ¿Ustedes imaginan a González-Ruano elaborando su artículo diario en la mesa de café sin la compañía del humo de su cigarrillo? ¿O a Cela, caminando por La Alcaria sin su petaca? Yo, no.
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