martes, 25 de agosto de 2009

MIEDO AL CONTAGIO

Los padres se preguntan hoy si deben, o no, llevar a sus hijos al colegio por causa de la gripe porcina. Están sumidos en un mar de dudas. Los que como yo ya peinamos canas siempre íbamos a la escuela aunque cayesen chuzos de punta. Y recuerdo que lo pillábamos todo: la escarlatina, las paperas, el sarampión, la varicela, las liendres, la gripe asiática... Nuestros padres, que habían salido maltrechos de una tremenda guerra civil fueron conscientes de que sus hijos de algo tendrían que morir. De hecho, muchos chavales murieron de tuberculosis pulmonar, o se quedaron sordos por la estreptomicina, que era como la sombra de la perica aguzada del hombre del saco. En fin, más puntazos daba el hambre. Esos padres jóvenes, hoy tan preocupados por los posibles contagios de sus hijos, deberían ser conscientes de que la carretera se lleva más vidas chicas por delante y por detrás. Ahí están las estadísticas. Sin embargo, esos asépticos patriarcas no tiene reparo alguno en cometer infracciones de libro con tal de no ser cazados por los despiertos ojos de la Guardia Civil, ni en beber dos copitas de anís para celebrar el santo de la abuela antes de ponerse en ruta, ni pierden un minuto de su tiempo en revisar los neumáticos de sus utilitarios. Los ciudadanos de mi generación, los que casi sucumbimos en la folla del nacional-catolicismo y en la zozobra que nos producía pensar que podríamos palmar de repente en pecado mortal, salimos ilesos de aquel lóbrego lapso histórico. Nuestras ansiedades avanzan por otros derroteros.

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