martes, 11 de agosto de 2009

MENTIRA INJUSTIFICADA

Nadie debería renegar de sus antepasados, ni de sus ideas ni de sus profesiones, si es que las tuvieron. Y menos aún, avergonzarse. Personalmente, declaro que me siento demócrata y republicano. Pero no olvido ni me sonroja señalar que mi abuelo materno fue en vida monárquico hasta la médula y huésped en el barco-prisión “Alfonso Pérez”, donde hubo 171 asesinatos a bordo el día 27 de diciembre de 1936, y cuya lista nominal ya se encuentra en los foros de internet. Ramón Bustamante y Quijano escribió un libro sobre lo que él llamó “escenas del cautiverio rojo en Santander”, (“A bordo del Alfonso Pérez”, Editorial Tradicionalista, Madrid, 1939). No lo busquen, porque está agotado. De cualquiera de las maneras, el hecho de estar preso durante la Guerra Civil casi fue una situación “normal” en uno y otro bando. Peor llevo que mi abuelo fuese monárquico de Alfonso XIII, un rey que permitió la dictadura de Primo de Rivera y que llegó a decir a un periodista: “Yo en España ya tengo a mi Mussolini”. En esta insólita España de Frascuelo y de María todo es posible. A su nieto, al actual jefe del Estado a título de rey, lo puso Franco, parece ser que con la intención de “tenerlo todo atado y bien atado”, quedando afianzada su condición monárquica en el referéndum de la Constitución de 1968. Y, casualidades de la vida, uno de los preceptores de Juan Carlos de Borbón fue, si no me falla la memoria, Carlos Martínez de Campos, III duque de la Torre y jefe de la artillería rebelde durante la Batalla del Ebro. Lo que ya no puedo llegar a entender es cómo María Teresa Fernández de la Vega, actual vicepresidenta del Gobierno, a preguntas de un periodista durante su gira por Hispanoamérica, señalase que su padre sufrió represión durante el régimen franquista. A un político, que yo sepa, se le puede llegar a perdonar todo, excepto la mentira. Y la vicepresidenta del Gobierno mintió descaradamente. Se sabe que Wenceslao Fernández de la Vela, su padre, fue nombrado por Franco, a instancias de Girón, delegado de Trabajo en Zaragoza, en 1955. Por cierto, un comentarista de un diario conservador escribía hace pocos días que tal nombramiento político se lo debía don Wenceslao al ministro de Trabajo Romero Gorría, el mismo que vestía y calzaba en los gloriosos tiempos de Villar Palasí, Esteban Asunción, Samaranch y todo un largo rabo de figuras ejemplares, dignas de ser estudiadas por los escolares en los modernos textos de Historia de España, junto a Viriato, Martín el Humano, o don Favila.

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