domingo, 14 de febrero de 2010

Aladino Díaz Ferrán

Ahora asoma Díaz Ferrán por la SER y apunta que “ni siquiera una reforma laboral servirá para crear puestos de trabajo”. El nigromante presidente de la CEOE propone, más o menos, que el ICO conceda préstamos a las pymes, a través de las consejerías de las comunidades autónomas, a interés cero. O sea, lo que Díaz Ferrán anhela es que, por un lado, a los trabajadores se les pueda echar a la puta calle sin un ochavo y que el patrono pueda recibir el maná de los créditos estatales por mor de la afición, es decir, por todo el morro. Pero, además, propone la rebaja de cinco puntos en las cotizaciones sociales para las empresas. Y precisamente lo plantea ahora, cuando el Ministerio de Economía se ve obligado a echar mano del fondo para imprevistos, que exige la Ley de Estabilidad Presupuestaria, para cuadrar su plan de austeridad. Lo que Díaz Ferrán ambiciona, supongo, es que se las pongan como a Fernando VII. No me extraña, visto lo visto, que la Patronal quiera conservar a toda costa como jefe de sus filas a este “genio” de la lámpara de Aladino. Menos mal que ya ha dejado claro este prócer patrio que los empresarios nunca han pretendido el despido libre, sino acuerdos de "entrada y salida del mercado de trabajo". No se llama leche, sino caldo de teta. Díaz Ferrán prefiere –y así lo señala-- que se eliminen los contratos temporales, “por ser dañinos” para empresarios y trabajadores. En fin, ignoro si Díaz Ferrán estará presente en el Museo de Cera de Madrid, junto a José María Cuevas, Emilio Botín, Juan Abelló, o el conde de Romanones, que tampoco sé si habitan en ese barracón de feria. Pero, de ser así, confío en que pronto lo veamos salir en patinete hacia el mismo pudridero en el que ahora se encuentra Jaime Marichalar, esa “sota degradada” en palabras de David Gistau. A la estatua de Marichalar se la llevaron al centro de reciclaje de residuos sólidos, o al almacén de maniquíes del Corte Inglés para ponerle un macferlán, aprovechando la época de rebajas, y exponerlo en la sección de caballeros; a Díaz Ferran, en el supuesto de que tuviese estatua de cera, habría que facturarle a gastos pagados hasta la Plaza Mayor de Madrid y ubicarlo más galán que Mingo, no en el pedestal que ocupa la estatua ecuestre de Felipe III, sino en la parte superior centrada de la Casa de la Panadería, donde se encuentra labrado en piedra un blasón con las armas de Carlos II. Díaz Ferrán nos quita el pan, pero de momento nos deja el circo.

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