martes, 16 de febrero de 2010

Un doctorado para Serafina

Primero fue a José Antonio Labordeta. Ahora piden un doctorado honoris causa para Emilio Lacambra, el empresario de Casa Emilio, que se retira de los fogones. La Universidad de Zaragoza, aunque no figure entre las cien universidades más importantes del mundo a criterio de no sé muy bien qué autoridades, es una Institución de reconocida solera y digna de mis mayores consideraciones. Labordeta lo ha conseguido al fin. Emilio Lacambra está en lista de espera. Labordeta tuvo una metamorfosis complicada, como las de los insectos, pasando de la Falange, (donde conoció a su mujer Juana de Grandes, sobrina del general Muñoz Grandes) a Izquierda Unida y, posteriormente, a Chunta Aragonesista, por donde fue diputado en dos legislaturas. En Casa Emilio se reunían a comer camioneros, viajeros del tren, viajantes de comercio, plumillas de “Andalán” y militantes del Partido Socialista Aragonés. Emilio Lacambra, nieto del fundador en 1939 de la famosa casa de comidas, maneja el bacalao al ajo arriero y el ternasco al horno con destreza. Se inauguró el mismo año que otro restorán de reputación situado en la calle Libertad. Me refiero a Casa Pascualillo, donde Guillermo Vela, marinero en tierra, se las pinta solo cuando le solicitas unas cigalas de campo, o sea, unos ajetes a la plancha. A Guillermo Vela también habría que ponerlo en lista de espera para eso de los doctorados. Pero no cerraría página sin solicitar a don Manuel José López Pérez, actual Rector Magnífico, otro doctorado para Serafina, la cerillera de El Tubo que sabe de fríos y calores, siempre apostada en una silla de tijera junto a la puerta de Casa Colás, en la calle de los Mártires, otro restorán, éste fundado en l927 y regentado por Angel Colás, ya en su tercera generación. De Serafina no conozco su apellido ni falta que me hace. Serafina observa cuanto transcurre y lleva en su cabeza las fisonomías de los tipos que se arrimaban por El Plata en sesiones de tarde y noche, antes de que El Plata fuese remodelado al gusto del cineasta Bigas Luna. Serafina ofrece genuino tabaco rubio americano, ahora que está tan denostado eso de echar humo. Y la cajetilla la entrega en mano, con desenvoltura de expendedora de postín, como si se tratara de largar una entrada en buena fila para el Cine Palafox, donde proyectaran “Tomates verdes fritos” en sesión contínua. Serafina, la cerillera de El Tubo, merece un doctorado honoris causa por haber soportado durante tantos años, ya he perdido la cuenta, las rachas de cierzo desguarnecida. Sin quejarse siquiera.

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