miércoles, 3 de febrero de 2010

Utrera

Ayer se quejaba José Utrera Molina en el diario ABC de que quiten una estatua de Millán Astray en La Coruña. Utrera, el suegro de Ruiz Gallardón, además de haber sido gobernador civil de Ciudad Real, de Burgos y de Sevilla, subsecretario de Trabajo, ministro de la Vivienda y ministro Secretario General del Movimiento, resulta que es cabo honorario de la Legión. El autor de “Sin cambiar de bandera” es un hombre sorprendente. En junio de 2008 le hicieron una amplia entrevista en Periodista Digital, aclarando al reportero: “Franco nunca fue totalitario, yo soy testigo”. Utrera, que en su día votó “no” a la Ley de la Reforma Política, y que fue despojado hace poco tiempo del título de Hijo Predilecto de Málaga, (de conformidad con la Ley de la Memoria Histórica), escribía ayer, coincidiendo con la festividad de la Candelaria, bajo el título “¡A mí la Legión!”, un encendido artículo en defensa de Millán, donde hacía referencia al “heroísmo sin límite de un soldado español”, para un poco más abajo del artículo, dolerse de “este asesinato de nuestras tradiciones, esa labor que pisotea la sangre de nuestros muertos, la señal de nuestros heridos, el holocausto de tantos y tantos soldados anónimos que dieron su vida porque España pudiera tener en la Historia un sitio de insobornable dignidad”, para terminar con este estrambótico desenlace: “Hace unos años, la Legión española me distinguió con la única condecoración que verdaderamente he ostentado durante todos estos años con pleno orgullo, al nombrarme cabo honorario. Hago honor a esta distinción y saludo ante su tumba con gesto legionario a quien ha sido un héroe excepcional y un ejemplo para las futuras generaciones. Al grito legionario ¡a mí la Legión!, acudo. Aquí estoy, mi general.” Confieso que, al leer detenidamente tal arenga proveniente de la boca de un cabo legionario, he sentido como un temblor dentro del cuerpo. He entrado, por decirlo de alguna manera, en un éxtasis patriótico semejante a la mudanza física que sentía Teresa de Ávila cuando decía aquello de “muero porque no muero”. Confío en que a su muerte, cuya vida guarde Dios muchos años, le sea extraído del cuerpo uno de sus brazos, se meta en formol y se pasee por todos los pueblos de España en olor de multitud, donde se rinda bandera, se toquen cornetines de órdenes y se cante el Himno de la Legión a este novio de la Muerte.

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