Ceuta y Melilla son parte intrínseca de España. Sobra todo comentario. Hay que terminar de una vez por todas con el vergonzoso “trágala” al que está sometiendo el actual Gobierno a los ciudadanos de ambas ciudades autónomas. La primera obligación del Ejército es el mantenimiento del orden constitucional. Todavía está en la mente de los españoles que conocimos el franquismo de cerca, la vergüenza que supuso para nuestras tropas tener que salir del Sahara con el rabo entre las piernas, como un ladrón que acabase de atracar un banco armado con una inocua pistola detonadora. A Marruecos se le encendió la bombilla de la ocupación del Sahara Occidental el día que descubrió la importancia que suponía poder disponer a su albedrío de los fosfatos de Fos Bucráa. Recuerdo que, en aquel entonces, la opinión de los medios oficiales de Madrid, con Franco muriéndose, era que “el territorio no merecía que se derramase una gota de sangre española y que había que llegar a un acuerdo con Marruecos”. Y en medio de aquel cambalache se encontraba el F. Polisario inmerso en su amargura y la “Marcha Verde” avanzando detrás de las furgonetas con refrescos. Aquellos “romeros”, a los que se les administraba diariamente una lata de sardinas, una ración de carne, un chusco de pan, agua y dos tazas de té, avanzaban en la esperanza de que la marcha no fuese inútil, como inútil había sido la movilización de millares de tunecinos hacia Bizerta en 1961 y la que se llevó a cabo cuando más de 30.000 voluntarios atravesaron el desierto libio hasta la frontera de Egipto, para tener que regresar a Benghazi. La España de Arias Navarro mandó a negociar al charlatán José Solís y colorín, colorado…
Pero ahora, 35 años después de aquella pusilánime estampida, la situación de nuestro país ha cambiado. En mi opinión, al no existir ni por asomo ni excrecencia ni carúncula alguna de la Dictadura que siguió a una atroz guerra civil; y al disponer de una Constitución consensuada, de un sistema parlamentario democrático y de una plena integración en la Comunidad Europea, resulta inverosímil para cualquier ciudadano medio que España deba negociar de tú a tú con un Estado, el marroquí, que por una “real rabieta” retiró a su embajador hace siete años y donde avasalla a sus súbditos, que no ciudadanos, un régimen tiránico ejercido por Mohamed VI (que se considera primo del rey Juan Carlos) al más genuino estilo medieval. En consecuencia, el Gobierno de España que preside Rodríguez Zapatero está en la obligación de dejarse de paños calientes y ejercer el tiempo que le quede de mandato una política exterior de forma coherente. Es necesario dejar de utilizar una política de tanteo un día sí y otro también. Los españoles de ninguna manera somos “muñecos del pim pam pum, toma lacasitos…” En suma, España es según reza la Constitución de 1978 una Democracia Parlamentaria. Lo que no se puede ni se debe es utilizar la capa de la Democracia para solapar con su recubrimiento una oligarquía de partidos del peor estilo. O sea, o cambiamos la Constitución, o exigimos listas abiertas, o tiramos por la calle de en medio mandando al carajo a los politicastros que nos han tocado en suerte. Basta de marear la perdiz.
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