viernes, 6 de agosto de 2010
Pavón, Marcello, o ¿qué hay de lo mío?
A Aurora Pavón la conocía del diario ABC aunque nunca dio la cara. Se escondía entre bambalinas, como hace la mujer de Rodríguez Zapatero en la Moncloa. Ninguna de ellas se deja fotografiar. A Aurora la leemos en Republica de las Ideas y algunos tomamos buena nota de lo que cuenta. Algo parecido a lo que acontece con el perrito Marcello. A Aurora Pavón y a Marcello también los leen muchos políticos cuando, aprovechando cada receso en el Congreso, comentan a sus vecinos de escaño que salen a tomar café. No van a tomar café. Se meten dentro de sus respectivos despachos de la Carrera de San Jerónimo para abrir internet y leer lo que cuentan Aurora y Marcello, la bella columnista y su perrillo faldero. Iba a decir columnistas fantasmas, pero no, no son espectros. Aurora Pavón fue la novia de Germán Yanke hasta que rompieron. Antes, a Aurora le había echado los tejos Anson, cuando Anson era Ansón, con tilde, no había sido nombrado académico de la Española, bebía los vientos de los Luca de Tena y escribía su “canela fina”, con la que luego impregnaría el arroz con leche de La Razón, para más tarde aterrizar en El Imparcial, donde, según cuentan Forcada y Lardiés en su libro: “Allí, Anson goza de un engalanado despacho al que acude todos los días del año y por donde pasan decenas de individuos de lo más variado para visitarle, entrevistarle, rogarle trabajo y proponerle proyectos”. El hecho de haber sido alguien de fuste en la órbita de los Cuarenta de Ayete le proporciona un aura solemne. Marcello es un perrillo sabio y aplicado. Su amo, Pablo Sebastián lo saca todas las mañanas a husmear por la calle de Zurbano y adyacentes, donde Marcello echa varias meadillas en los troncos de los árboles a pata alzada y aprende de lo que lee cuando olfatea cerca de los quioscos de prensa. Más tarde lo cuenta en la redacción a base de ladridos, que su dueño traduce divinamente sentado en el ordenador. Pero, como no conoce del todo el lenguaje de los perros, le ayuda en las traducciones José Oneto, antes de marcharse a la peluquería para que le arreglen el faldoncillo de pelo rubio sobre medio rostro, que para eso conoce medio mundo y cuenta con mucho desparpajo, o sea.
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