martes, 31 de enero de 2012
Llorar por la leche derramada
Las “rendijas legales” por las que la presidenta de la Diputación General de Aragón, Luisa F.Rudi, intenta recuperar los bienes religiosos de Sigena, a mi entender, carecen de rigor. Los servicios jurídicos de la DGA podrán demandar a Cataluña, se podrán organizar rosarios en el Pilar para que se obre el “milagro” necesario, los ciudadanos aragoneses estarán en su derecho a manifestarse –que no creo- por calles y vericuetos, se podrá “exigir” el derecho de retracto, y lo que ustedes quieran, pero el hecho cierto es que las monjas de Jerusalén de Sigena vendieron en 1983 nada menos que 44 piezas por 66 millones de pesetas; y, en 1992, otras 52 piezas por 39 millones, tras trasladarse la comunidad en 1970 a Valldoreix. Y para tal avenencia comercial contaron dichas monjas en su día con el beneplácito de la curia vaticana. Por tanto, “Roma locuta est, causa finita est”. Señalar ahora, como se afirma por parte de los políticos aragoneses, que no se tuvo en cuenta que el monasterio era monumento nacional es como decir “era de tarde y, sin embargo, llovía”. Por estos pagos donde casi nunca lleve a pesar de las rogativas procesionales no cabe duda de que se confunde el culo con las témporas, el continente con el contenido y el chusco de pan cuartelero con el sabroso bocadillo de rabas. Una cosa es la fábrica, o sea, las paredes y techumbres que conforman la edificación del convento de las monjas, en este caso de las monjas de Jerusalén de Sigena, y otra cosa distinta son los enseres que había dentro. Como ejemplo, sirva la Red de Paradores del Estado, que se remontan a 1910, cuando el gobierno encargó al marqués de la Vega Inclán el proyecto de crear una red hotelera. Me viene a la cabeza a botepronto la conversión del Convento de San Francisco de Granada, situado en el corazón del recinto de La Alhambra, y que es uno de los paradores de Turismo más atractivos desde 1945. La mayoría de esos recintos, sería largo enumerarlos, explotan su actividad hotelera en el interior de unos espacios monumentales que, de no haberse restaurado y concebido una utilidad práctica, sufrirían posiblemente hoy el mayor de los abandonos. Lo que debería hacer la Diputación General de Aragón es procurar proteger y dar utilidad a los continentes que, casi de chiripa, siguen erguidos en Aragón, más bien olvidados hasta de la piqueta, antes de que se deterioren del todo. Llorar por la leche derramada no trae cuenta. En Zaragoza, sin ir más lejos, se permitió desde el Ayuntamiento derruir en beneficio de los “amiguetes” especuladores los hotelitos modernistas del Paseo de Sagasta; y por supina ignorancia municipal, la espléndida Torre Nueva. Ahora, la consejera de Educación, Universidad, Cultura y Deporte del Gobierno de Aragón, Dolores Serrat, intenta marear la perdiz y darmos lecciones argumentando (y recordando la doctrina de la UNESCO) que “los bienes muebles forman parte inseparable del conjunto del edifico, del monumento, y si se hubiera tenido en cuenta esta inseparabilidad no se hubiera podido vender”. ¿Se acuerdan del sillón de José Marco? Pues nada, que la iluminada consejera del PP, haga un intento por ganarse el sueldo que le pagamos todos, se deje de milongas trasnochadas, saque oposiciones a profesores de Secundaria, que hacen falta, y desarrolle iniciativas de I+D+i, la implantación de nuevas tecnologías y la potenciación de la calidad en los productos aragoneses. Todos saldremos ganando.
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