España es una democracia avanzada
sobre el papel. Sólo sobre el papel. En la praxis, este país sigue manteniendo
el ramalazo franquista en muchas posiciones de sus gobernantes en el poder. El
caso del vergonzoso aforamiento exprés del ciudadano Juan Carlos de Borbón,
donde el PP se ha quedado solo en el Congreso; los ataques al juez Castro desde
la derechona por la segunda imputación a la ciudadana Cristina de Borbón; la
petición del fiscal Horrach al Gobierno para “atar en corto a los jueces tipo
Castro para garantizar la objetividad judicial", ¡hay que ser lerdo!; el
triste papel que acaba de hacer Mariano Rajoy en Malabo ( en el entierro de
Suárez procuró esconderse de las cámaras para saludar a Obiang) recabando votos
en favor de la candidatura de España a ocupar uno de los sillones rotatorios
del Consejo
de Seguridad de la ONU
durante el periodo 2015-2016, y de corrido tratar de argumentar con palabras
huecas que "España quiere participar en el renacimiento de África", como si
Rajoy fuese el descubridor de la penicilina; y, lo peor, la clara falta de
cojones( esos que Alfonso XIII le pedía que le echase Silvestre en el Rif por
telegrama) para afrontar el problema catalán: “Invictos rusticanos, brava
tropa/ que en el gran tropel y raudo molinete/ habéis llegado aquí, sucia la
ropa/ y escaldado el ojete”, se me antoja, todo ello, como una carajicomedia
para asustar a sietemesinos. Y ahí siguen Gallardón, Torres-Dulce y su combo de
lameculos tratando de marear el águila de san Juan como si fuese una perdiz. Uf, que mareo. Me voy a tomar un anís para,
como decía Cela, disipar el espectro de la impotencia.
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