Carolina Godayol se dio cuenta un
día de que uno de los dos leones del Congreso de los Diputados, el eunuco
Daoíz, carecía de bolsa escrotal y de sus correspondientes testículos. Lo puso
en conocimiento de la autoridad competente y ésta decidió, conocida su
manifiesta pusilanimidad, que traía más cuenta dejarlo como está, por no
modificar la obra de Ponciano Ponzano, autor también del frontispicio. A
Carolina Godayol le gusta que las obras estén completas, como debe ser, y el
hecho de contar con un león capado en el Congreso, por mucho que se éste se
llame Daoíz, le produce una cierta sensación de frustración e incomodo. Luego
llegan los turistas, le hacen fotos por delante y por detrás y al regresar a
sus países de origen las analizan. ¡No digamos nada si esos turistas son
japoneses! Con razón podrán pensar, que el pensamiento es libre, que si la
estatua leonina de las escalinatas carece de cojones ni que decir tiene lo que
se supone que habrá dentro, en el hemiciclo. En la inauguración del Congreso,
en 1850 por Isabel II, donde ahora están los leones Daoíz y Velarde mirando a
los transeúntes de la Carrera
de San Jerónimo, se pusieron en su día dos grandes farolas que no fueron del agrado
de los parlamentarios y tuvieron que ser retiradas ante sus protestas, pese al
enfado del arquitecto Narciso Pascual Colomer. Se buscó otra solución, en
solicitar del escultor zaragozano Ponciano Ponzano, entonces amigo de Francisco
Javier de Quinto, entonces jefe de la
Casa Real, y que le ayudaría a convertirse
en el escultor oficial del Congreso. Comenzó los trabajos en bronce
aprovechando cañones tomados al enemigo en la guerra de África (decía que el
mármol traía mala suerte, tal vez por su estatua de la Libertad del madrileño
Panteón de Hombres Ilustres; o por el panteón del general Manuel de Ena,
existente en la capilla de Santa Ana, en El Pilar; o por el busto de su amigo
Juan Bruil en el Cementerio de Torrero, que no sé) pero murió sin haberlos
terminado. Pues bien, una vez retiradas aquellas farolas de mal gusto fue
cuando Ponzano pensó inicialmente colocar dos leones. Pero la mala situación
económica de España, donde los presupuestos del Estado no daban para mucho,
obligó a que Ponzano utilizase para su obra materiales de ínfima calidad; es
decir, yeso pintado para que pareciesen leones de bronce y diese el pego. Y la
intemperie se encargó de que tales materiales no aguantasen un año de vida. Se
proyectó otra pareja de leones y se recurrió al escultor José Bellver, que los
esculpió de granito y de unas ridículas dimensiones. Tampoco gustaron y fueron
retiradas. Y aprovechando que se habían requisado varios cañones al enemigo en
Marruecos, se optó por fundirlos para unas nuevas esculturas que fuesen más
duraderas. Entonces el Gobierno, que, como sucede ahora, sólo acertaba cuando
rectificaba, volvió a pensar en Ponzano. La fundición se llevó a cabo en
Sevilla en 1866 y se colocaron los leones Daoíz y Velarde en su actual
emplazamiento en 1872. Al teniente Ruiz lo dejaron para más adelante, como a
Cascorro. Y aquellos leones de piedra esculpida fueron depositados en unos
almacenes del Estado en la confianza de que los madrileños se olvidasen de
ellos. Pero, miren ustedes por dónde, terminaron en el Jardín de Monforte
(Plaza de la Legión Española),
en Valencia, para dar escolta de Rita Barberá, que es la fondona Isabel II de
la tierra de las flores. En fin, a Carolina Godayol le invito a que se acerque hasta el zaragozano Puente de
Piedra sobre el Ebro para que pueda admirar in situ los cuatro leones del escultor
Rallo. Están muy bien dotados, más aún que el caballo de Espartero existente en
el Espolón de Logroño, que ya es decir. Sería como un desagravio hacia el
eunuco Daoíz, que lo echa todo en melenas.
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