Como bien aclara hoy en su Canela fina Luis María Anson,
“el artículo 168 de la
Constitución exige para la independencia de una Autonomía los
dos tercios del Congreso, luego los dos tercios del Senado, después la
convocatoria de elecciones generales, a continuación los dos tercios del nuevo
Congreso y del nuevo Senado. Superados todos estos escollos, correspondería al
entero pueblo español la decisión final en referéndum nacional”. Es, por
decirlo de alguna manera, algo parecido a lo que un día leí en un bar de
carretera: “Para fiarle a usted debe
tener 78 años y venir con su padre”. Es decir, en apariencia, la
independencia de Cataluña está tan lejos de ser factible como lograr declarar
cantón independiente el pueblo zamorano de Manganeses de la Polvorosa, que nada
tiene que ver con Manganés, situado en el alfoz de Mansilla de las Mulas, en la
provincia de León, por mucho que ese pueblo zamorano fuese repoblado por
oriundos de la citada localidad leonesa.
Y Manganeses de la Polvorosa,
además, deriva de una repoblación de mozárabes del Reino de Toledo, originarios
de Magán. Otros, los menos, relacionan el topónimo con Maganés, parroquia del
concejo asturiano de Cangas de Narcea. El laberinto español está tan enmarañado
que parece difícil destrabar una región de su
conjunto. Cosa distinta es que se pueda cortar con una navaja albaceteña
una masa uniforme sin producir una tremenda hemorragia. Ya decía Ortega que “hablar ahora de regiones,
de pueblos diferentes, de Cataluña, de Euzkadi, es cortar con un cuchillo una
masa homogénea y tajar cuerpos distintos en lo que era un compacto volumen” (…)
“Para quien tiene buen oído histórico, no es dudoso que la unidad española fue,
ante todo y sobre todo, la unificación de las dos grandes políticas internacionales
que a la sazón había en la península: la de Castilla, hacia África y el centro
de Europa; la de Aragón, hacia el Mediterráneo”. Y a los catalanes habría que
recordarles a día de hoy que durante tan ardua consecución Cataluña formaba
parte del Reino de Aragón. Y el proceso incorporativo duró hasta el vigésimo
año del reinado de Felipe II. Luego comenzó la desintegración. Y vuelvo a
Ortega: “Primero se desprenden los Países Bajos y el Milanesado; luego,
Nápoles. A principios del siglo XIX se separan las grandes provincias
ultramarinas, y a finales de él, las colonias menores de América y Extremo
Oriente. En 1900, el cuerpo español ha vuelto a su nativa desnudez peninsular.
En 1900 se empieza a oír el rumor de regionalismos, nacionalismos, separatismos…”.
¿Dónde terminará el desgarro del pedazo que ahora queda de aquella enorme masa
homogénea donde no se ponía el sol? No lo sé ni tampoco me importa demasiado.
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