Por la prensa me entero de que el Monasterio Sancti Spíritus, perteneciente a la congregación de las dominicas
contemplativas en la Ciudad
de Doña Elvira, prepara un amplio programa de actos para conmemora el VII
centenario de su fundación. En la
iglesia se encuentra el sarcófago en alabastro de Beatriz de Portugal, esposa de Juan
I de Castilla. También se halla en el lateral derecho una lápida que indica
que allí está enterrada Leonor Sánchez
de Castilla, priora del monasterio, hija del conde Sancho de Castilla y nieta de Alfonso
XI, así como otra sepultura situada en uno de los coros (hay dos) de Teresa Gil, fundadora del Monasterio en
1307, tras el traslado de sus restos desde la iglesia de Santo Domingo, en
Zamora (una vez que la capilla del Monasterio estuvo terminada en 1345).
En 1868, durante el Sexenio Revolucionario, las
monjas dominicas se vieron obligadas a abandonar su residencia, y no regresaron
hasta 1871.
Durante ese tiempo desaparecieron muchas obras de arte que nunca pudieron ser
recuperadas. El primitivo retablo del altar mayor fue entregado a la iglesia de
la Trinidad
de Toro en 1698 y sustituido por otro de estilo churrigueresco. Error
irreparable. En la actualidad existen en el Monasterio diez monjas, de las que
dos de ellas son novicias. Y en sus cocinas monacales elaboran diversos dulces:
pastelitos de gloria, marquesitas de
mazapán, polvorones de yema, bocaditos de ángel y los muy conocidos amarguillos
almendrados, elaborados con almendra, clara de huevo, azúcar y esencia de
limón. Existen otros amarguillos, los fabricados en Villondo (Palencia) desde
hace más de cien años y que comenzó a elaborar
Heriberto Pedrosa a
principios del siglo XX, posiblemente reproduciendo la maestría de las monjitas
de Toro. Por cierto, el pasado viernes día 20 de noviembre fallecía a la edad
de 85 años Emilio Pedrosa Salomón,
hijo de Heriberto. Descanse en paz. Pero no quiero terminar sin añadir a lo ya
dicho que siendo alcalde de Toro Ignacio
Ortiz de Latierro se arregló el refectorio del Monasterio para hacer un
pequeño museo y se habilitaron unas habitaciones con sus correspondientes baños
para dar posada al foráneo que llegaba a la Ciudad y no encontraba lugar donde hospedarse. En
cierta ocasión pasé una o dos noches en el Monasterio y puedo decir que la estancia
fue confortable y silenciosa. Eso sí, tuve que hacerme la cama. Sábanas y
mantas, todas muy limpias y plegadas, estaban perfectamente colocadas sobre el
colchón. Al entrar noté mucho frío. Pronto descubrí que las llaves de la
calefacción estaban cerradas para ahorrar energía. A partir de ahí todo fue
bien. Por si fuera poco, en un subeplatos instalado en el pasillo habían
dispuesto unos platos con jamón y queso. Todo un detalle. Me dieron una llave
para que pudiese entrar y salir del recinto religioso a la hora que considerase
oportuno y sin tener que molestar a nadie. A la mañana siguiente, cuando quise
pagar la estancia, no había ninguna monjita a la vista. Todas ellas estaban en
sus oficios religiosos, no sabía dónde. Oía cómo cantaban a coro pero no
conseguía verlas. Por fortuna, me dio
tiempo para visitar la iglesia con más detenimiento. Por fin apareció
una religiosa sonriente. Al preguntarle
cuánto les debía, me respondió: “la voluntad”. Le entregué una cantidad de
dinero, entonces eran pesetas, pero nunca llegué a saber si le habría entregado
el precio justo. Nunca he visto un interés más desinteresado. Siempre les
estaré muy agradecido.
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