Se me antoja fuera de lugar que una asociación para la
promoción de la capa parda de Bercianos de Aliste se haya dirigido a don Juan Carlos de Borbón, por mucho
que los alistanos pretendan poner en valor sus señas de identidad con esos
rituales atávicos, para hacerle partícipe de de esa iniciativa “humilde y
ambiciosa”. El anterior Jefe del Estado no debe ser utilizado para esas
pintorescas iniciativas por mucho que sean de interés antropológico. Hay otra
capa, la capa blanca, también usada en las procesiones. En ese sentido, en XL Semanal (25/03/12, Zamora y Aliste, capas santas) podía
leerse:
“En los prodigiosos alrededores, donde Portugal queda a mano,
Bercianos. Bercianos de Aliste. Viernes Santo, Santo Entierro. Hombres de
rostro antiguo, surcados por todos los vientos, vestidos con la túnica blanca
con la que habrán de ser amortajados cuando mueran, desclavan al crucificado y
lo introducen en la urna con la que procesionan hasta el cementerio, no más
allá de un par de kilómetros del pueblo. Van y vuelven, en apenas dos horas de
los últimos rayos del sol zamorano de abril, acompañados por una legión de
buscadores de oro cofrade y por dos o tres operadores de cámaras escandinavas,
televisiones del más allá y narradores de la apasionante España de dioses
rurales. La ermita es una fotografía en color de la mejor Castilla, del mejor
León, de blanco y negro. No quedan esos aspectos, esas caras, en el relato
plástico de las ciudades. Hay que ir a buscarlas al origen viejo de las tierras,
a todos los Bercianos de Aliste que pueblan este viejo solar, allá donde hay
más Dios en el pan y más contradiós en las ortigas del desamparo. Los casados
visten los hábitos que les zurcieron sus esposas; estas aguardan la vuelta de
esos maridos que quedaron en la altura de los hombres de los años veinte y
juntos celebran un año más el Viernes invitando a los forasteros a arroz con
bacalao”.
Pues bien, otro aspecto que es necesario destacar viene
relacionado con el turismo, que todo lo trastoca. De hecho, algunos bercianos
se quejan de la llegada de turistas que actualmente distorsionan el verdadero
sentido de sus ritos. Otro, por el contrario, ven esa llegada masiva como “un
factor de desarrollo económico”. Nada más falso. Los turistas de un día en nada
contribuyen a generar riqueza sino a desvirtuar unos ritos inamovibles desde
hace siglos, cuando la raya de Portugal estaba sumida en uno de los mayores
atrasos con respecto al resto de España, como sucedía en Las Hurdes (Cáceres) o
en Los Ancares (León).
“La concurrencia masiva de ciudadanos
ociosos que acuden a los pueblos para disfrutar de sus ritos populares acaba
desvirtuando su significado y modificando la forma externa de la ceremonia,
que, tarde o temprano, acaba adaptándose a las circunstancias impuestas por el
público. Simplificando la cuestión, la afluencia de turistas termina siendo
percibida por los lugareños como un factor de desarrollo económico territorial
y la ceremonia, en consecuencia, se vuelve una mercancía que se vende a gusto del
comprador”.
Pero, al margen de todo ello, si los bercianos desean hacer
un regalo a la realeza podrían, si acaso, enviarle la capa parda o el camisón
de Barandales a Felipe VI, que
representa a todos los españoles. Las tradiciones quedan bien para los pueblos
que las contemplan y conservan, aunque el país no está para titos ni alboradas
visto lo acontecido en París el pasado viernes,
ni tampoco son buenos tiempos para la lírica.
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