Dice Luis María Anson
en El Mundo que “el desmadre
autonómico ha costado a los españoles un dídimo y la yema del otro”, y ese
periodista recuerda cuando en 1977 Varela
Ortega propuso a Abril Martorell
que se reconocieran los Estatutos de Cataluña y el País Vasco aprobados en la
II República. Clavero Arévalo –sigue recordando Anson- tuvo una ocurrencia: “café
para todos”. Dice Anson, y dice bien, que “tenemos
hoy en España 17 naciones de pitiminí con todo el gasto y la parafernalia de los
viejos países europeos. Nadie fue capaz de embridar a las Comunidades
Autonómicas, que, salvo alguna excepción, se lanzaron al gasto desenfrenado, al
derroche incesante, al clientelismo soez y al cínico nepotismo. Algunos de los
presidentes de las autonomías disponen de palacios suntuosos que eclipsan a la Zarzuela, gabinetes de
Prensa que superan al del Jefe del Estado francés y voraces canales de
televisión. La TV
valenciana, por ejemplo, disponía de más empleados que la suma de Telecinco, Antena 3, la Sexta y la Cuatro”.
Pero yo le diría al señor Anson que también nos cuesta un dídimo y la yema del
otro el mantenimiento de la Corona. Todo
hay que decirlo. ¿Cómo es posible que una niña de 10 años, la princesa Leonor, disponga de un sueldo anual de
más de 100.000 euros? ¿Cómo es posible que el rey emérito lleve vida de
multimillonario? Podría responderme Anson, tal vez, que Juan Carlos de
Borbón no es jefe del Estado, que puede hacer lo que le venga en gana con su
dinero, que se encuentra en la más absoluta soledad, como así parece, etcétera.
Este fin de semana se le pudo ver en la carrera de fórmula 1 en México; en
julio pasado se relajaba comiendo en el exclusivo Club 55, en Saint-Tropez, mientras su consorte, Sofía de Grecia, acudía a un cumpleaños
en Belgrado; pocos días antes se había desplazado hasta Guipúzcoa, para
almorzar en Mugaritz, que tiene dos
estrellas Michelín. Pero antes de
ello, ya había visitado Arzak, Akelarre,
Celler de Can Roca, Amparito y Atrium, y había hecho un periplo de 55.000 kilómetros
en sus visitas a Colombia, Uruguay, California, Abu Dhabi, Barbados y
Bahrein. Si algún día se escribiesen otras Vidas Paralelas, como las de Plutarco,
bueno sería hacer un paralelismo entre Alfonso
XIII y Juan Carlos I. Lo que no
entiendo es el deseo del rey emérito por visitar restaurantes de muchas
campanillas, cuando es conocido que lo que le gusta comer no pasa del entrecot
y de los huevos fritos con chorizo. Unos platos, y así me consta, que los sirve
de maravilla cualquier restaurante de carretera.
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