domingo, 1 de marzo de 2020

Genarín en la memoria colectiva



Hago referencia a un suelto en El País (Bernardo Marín, 13/04/19) donde pude leer: “Era un Viernes Santo. En la carretera de los Cubos, junto a la muralla, Jenaro Blanco,  alias Genarín, pellejero de profesión, moría atropellado por La Bonifacia, el primer camión de la basura de León. El muerto era bebedor de orujo, asiduo de los prostíbulos y tramposo jugador de cartas. Pero cuatro vecinos que apreciaban su simpatía decidieron mantener vivo su recuerdo y recorrer las noches del Jueves Santo las calles leonesas que el fallecido frecuentaba recitando poemas”.  El accidente que le costó la vida ocurrió en León en 1929. Desde entonces, todos los años se practica una procesión laica en honor de aquel hombre. En 1957,  el entonces gobernador civil decidió prohibirla por entender que se trataba de un espectáculo irreverente. Pero con la llegada de la democracia se volvió a las andadas y la procesión tornó por sus fueros hasta hacerse viral. Incluso existe una cofradía, la Cofradía de nuestro Padre Genarín, que cada año se nutre de más cofrades. Parte cada noche de Jueves Santo de la plaza del Grano con tres pasos: el de Genarín, el de la prostituta la Moncha y el del barril de orujo,  rodeados de cabezudos y de una gigantesca figura que representa a la Muerte. La comitiva recorre León hasta el lugar del atropello. Señala la crónica que “allí, el hermano trepador escala la muralla y deposita una ofrenda con las viandas favoritas del fallecido: una naranja, un queso y orujo, el único líquido que bebía. Y se lee el poema ganador del certamen de versos burlescos que se celebra cada año”. Se conocen, de igual manera, los bares que frecuentaba Genarín: Casa Frade, la cantina del tío Perrito, la taberna del Tuerto, el figón de la tía Casilda, la tasca de las Maldades, la cantina del señor Epifanio y la cantina de El Carabina. Encima de la cantina de El Carabina era donde se encontraba el burdel de doña Francisquita. Cada noche, los clientes de El Carabina tenían la ocasión de comprar por un real un cartoncillo en el que se hallaban impresas cuatro cartas de la baraja española. Cuando los doce cartoncillos a la venta habían sido adquiridos, una mano inocente sacaba una carta de la baraja. El que tuviera impreso en su cartoncillo la carta extraída obtenía como premio la posibilidad de elegir a la meretriz de la Francisquita con la que pasar un rato en el piso superior.

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