Hago referencia a un suelto en El País (Bernardo Marín,
13/04/19) donde pude leer: “Era un Viernes Santo. En la carretera de los Cubos,
junto a la muralla, Jenaro Blanco, alias Genarín, pellejero
de profesión, moría atropellado por La Bonifacia, el primer camión de
la basura de León. El muerto era bebedor de orujo, asiduo de los prostíbulos y
tramposo jugador de cartas. Pero cuatro vecinos que apreciaban su simpatía
decidieron mantener vivo su recuerdo y recorrer las noches del Jueves Santo las
calles leonesas que el fallecido frecuentaba recitando poemas”. El accidente que le costó la vida ocurrió en
León en 1929. Desde entonces, todos los años se practica una procesión laica en
honor de aquel hombre. En 1957, el entonces
gobernador civil decidió prohibirla por entender que se trataba de un
espectáculo irreverente. Pero con la llegada de la democracia se volvió a las
andadas y la procesión tornó por sus fueros hasta hacerse viral. Incluso existe
una cofradía, la Cofradía de nuestro
Padre Genarín, que cada año se nutre de más cofrades. Parte cada noche de
Jueves Santo de la plaza del Grano con tres pasos: el de Genarín, el de la
prostituta la Moncha y el del barril
de orujo, rodeados de cabezudos y de una
gigantesca figura que representa a la Muerte.
La comitiva recorre León hasta el lugar del atropello. Señala la crónica que “allí,
el hermano trepador escala la muralla y deposita una ofrenda con las viandas
favoritas del fallecido: una naranja, un queso y orujo, el único líquido que
bebía. Y se lee el poema ganador del certamen de versos burlescos que se
celebra cada año”. Se conocen, de igual manera, los bares que frecuentaba
Genarín: Casa Frade, la cantina del tío Perrito, la taberna del Tuerto, el figón de la tía Casilda, la tasca de las Maldades, la cantina del señor Epifanio y la cantina de El Carabina. Encima de
la cantina de El Carabina era donde
se encontraba el burdel de doña
Francisquita. Cada noche, los clientes de El Carabina tenían la ocasión de comprar por un real un cartoncillo
en el que se hallaban impresas cuatro cartas de la baraja española. Cuando los
doce cartoncillos a la venta habían sido adquiridos, una mano inocente sacaba
una carta de la baraja. El que tuviera impreso en su cartoncillo la carta
extraída obtenía como premio la posibilidad de elegir a la meretriz de la
Francisquita con la que pasar un rato en el piso superior.
No hay comentarios:
Publicar un comentario