lunes, 25 de septiembre de 2023

Cipreses

 


Sancedo es una pequeña pedanía leonesa bilingüe (castellano y pachuelo) de algo más de 500 habitantes, en el partido judicial de Ponferrada. De ese lugar de El Bierzo no estaría hoy escribiendo indignado si no fuese por la barbaridad cometida en su cementerio, asunto del que los responsables municipales dicen “no saber nada”. No me extraña el desconocimiento de sus ediles, posiblemente absortos en la contemplación de la cascada del Torrestío, en la cercana Babia, y echando al coleto un trago de vino prieto picudo. De no ser así, no se explica. Sancedo, anteriormente llamado Salcedo, según aparece en la Carta Puebla de San Andrés de 1336, hacía referencia al sauce. No se sabe cómo, pero le cambiaron una letra al topónimo ya en el siglo XVI tal vez  por aversión localista al leño leonés. Resulta que en el cementerio de Sancedo a alguien se le ocurrió talar tres cipreses bicentenarios, sanos y sin ningún peligro, por la peregrina razón de que ensuciaban algunas sepulturas. En contrapartida a ese dislate propio de sansirolés bueno será reconocer que en Villafranca del Bierzo se conserva, esperemos que por mucho tiempo, un enorme ciprés en el Convento de la Anunciada. Tiene 400 años y fue plantado por María (monja clarisa) hija del V  marqués de Villafranca, Pedro Álvarez de Toledo Osorio, con ocasión de la llegada de las reliquias de san Lorenzo de Brindis, solo comparable en belleza aunque no en edad al ciprés existente en el claustro románico del Monasterio de Santo Domingo de Silos, plantado en 1882, al que dedicaron versos Gerardo Diego, Miguel de Unamuno, Antonio Machado y Rafael Alberti. Ese árbol estuvo a punto de morir en 1990 por exceso de cuidados, es decir, de riegos. Hasta que Juan Tuset, ingeniero agrónomo, dio en el quid al señalar con acierto que “se había plantado césped a su alrededor, y que el agua de la zona, altamente caliza, estaba provocando una altísima acumulación de carbonato cálcico en sus raíces. Al disminuir la llegada del oxígeno, literalmente el agua lo estaba asfixiando. Debilitado, también empezaba a sufrir la acción de los hongos en sus ramas”. Así comienza Gerardo Diego su magnífico soneto: Enhiesto surtidor de sombra y sueño / que acongojas el cielo con tu lanza. / Chorro que a las estrellas casi alcanza / devanado a sí mismo en loco empeño…”. Se cuenta que las termitas evitan su madera y que no está sujeta a pudrición, al igual que sucede con la madera de castaño. Quizás por esa razón permanezcan en pie tanto tiempo los hórreos. Por cierto, el hórreo más antiguo de España, del siglo XVII, se encuentra en Las Bodas, pedanía de Boñar, y en la actualidad pertenece a la Diputación Provincial de León desde 2015 por donación de los hijos de Eduardo Cendán y Casilda González.

 

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