domingo, 3 de septiembre de 2023

Lluvia

 

Puede que sea debido al cambio climático pero la lluvia en este país, salvo en la cornisa cántabra, se ha convertido en una rareza. Día llegará a este paso que las jornadas de lluvia nos asomaremos a la ventana para ver caer el agua sobre los tejados con el mismo asombro que produce ver caer copos de nieve en  Córdoba, algo desacostumbrado. Dicen los agricultores jienenses que el aceite de oliva está tan caro en el mercado por la prolongada falta de lluvias. Puede que tengan razón, pero cuando descubres que el litro de aceite en Irlanda no llega a cinco euros ya no sabe qué pensar ni a quien maldecir. Un día descubres que te sabes todos los cuentos y dejas de leer la prensa de butacón, de ver los telediarios y te duermes escuchando a ciertos tertulianos, siempre los mismos, teóricos en la pericia de saben freír una corbata o planchar un huevo frito. Y cuando baja el telón de la noche te metes en la cama con la esperanza de que horas más tarde amanezca, que cuando hagas una tortilla de patatas no se pegue a la sartén, que no te quedes atrapado en el ascensor al salir a la calle,  que no te caiga una maceta desde un ático o que no te atropelle un patinete por la acera. Me gusta la lluvia del mismo modo que me entretiene leer esos diarios de provincias donde nunca pasa nada. Así, por ejemplo, leo en El Progreso que “Galicia reduce a doce horas el plazo para los entierros y permite el rito sin féretro”; en Diario de Cádiz, que “Grazalema celebrará del 6 al 8 de octubre la recreación de los bandoleros”; y cosas así. Grazalema tiene el Peñón Grande, donde nace el río Guadalete y donde murió don Rodrigo, el lugar más lluvioso de Andalucía. Y en Grazalema cada año se hace una recreación histórica sobre la azarosa vida de El Tempranillo, al que no mató la Guardia Civil sino un antiguo compañero de correrías llamado El Barberillo, con el que se topó en Despeñaperros un malhadado día donde lo que menos importaba era el meteoro. Así es la vida.

 

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