La estampa, o la foto, de Felipe VI en el centro del Salón de Columnas del Palacio Real de Madrid semejaba la de un cicerone enseñando a un puñado de turistas el lugar que fuese comedor de gala y lugar de exposición del cadáver de Mercedes de Orleans, consorte de Alfonso XII hasta el 26 de junio de 1878 y de Francisco Franco en noviembre de 1975. Pero el hombre de pie y bien trajeado no era un cicerone sino el jefe del Estado, que aprovechaba en su discurso de felicitación de Navidad para poner el acento en el deterioro de la convivencia nacida de la Transición, de la inquietante crisis de la confianza en la democracia y de la forma en la que deberemos afrontar el futuro. Era, como digo, un aviso a navegantes que había perdido la aguja de marear. Un discurso lacónico que debería hacer reflexionar a los políticos. Ya se sabe lo que dijo Gracián en su ‘Oráculo manual y arte de la prudencia’ (Huesca, 1647): “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”. La brevedad es lisonjera y gana por lo cortés lo que pierde por lo menguado. Aquel ‘Oráculo’ se lo dedicó Gracián al Conde-duque de Olivares, segundo valido de Felipe IV, pintado por Velázquez y al que Gregorio Marañón le hizo un ‘traje a medida’ con su destierro a Toro, en su magnífico ensayo de 1936 dedicado a Azorín. No cabe duda de que hay un cambio de ciclo, no sabemos si para bien o para mal. El resentimiento aflora como la mala hierba y las dos mitades de ciudadanos que conforman el conjunto del Estado se repelen como los polos invertidos de dos imanes. Y el Hemiciclo es el espejo donde los representantes de unos y de otros se miran y se insultan como leones enjaulados. Esas dos mitades, como digo, están simbolizadas en los otros leones, Daoiz y Velarde, con cañones de la batalla de Wad-Ras fundidos en la Real Fábrica de Artillería de Sevilla en el año 1865, transformados por Ponciano Ponzano e inaugurados en 1851. Para otros, las dos efigies serían Hipómenes y Atalanta, personajes de la mitología griega que tiran del carro de Cibeles, condenados a no poder volver a mirarse.
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