sábado, 23 de abril de 2016

El deán devora a un artista




                                                      
Esta mañana, como hacía un día soleado, he ido a dar un paseo por el Casco Viejo de Zaragoza. La misión de todo peatón consiste en observar con detenimiento todo lo que encuentra a su paso, ya sea un escaparate de ropa outlet, una iglesia o el grupo de turistas que siguen al guía contratado como las pécoras al pastor. Y por fortuna he podido ver por dentro una vez más la catedral de La Seo, y perdonen la redundancia. Hay determinados días, cinco o seis al año, que puede verse el interior de esa obra majestuosa de forma gratuita. Por la calle había ruido y personas con ganas de celebrar el Día de Aragón: san Jorge. Pues bien, enseguida he recordado a André Maurois, cuando afirma en su Historia de Francia qué “siendo la religión en la Edad Media el centro de pensamientos e ideas, las artes por excelencia serán la arquitectura religiosa y la escultura como su auxiliar”, esas “oraciones petrificadas” obra de la ciudad entera. Es, para Maurois, “el libro de un pueblo que no tiene libros” donde “en los muros, sobre los pórticos le lee la verdad revelada, mientras en los capiteles de las columnas, se expresa la moral cotidiana o los suplicios de los pecadores. El arte no era sensual sino didáctico”. Lo que acontece ahora, en el siglo XXI, lo entiendo menos. Hace ya unos cuantos años, creo que en 1992, Antonio López recibió “un encargo” del canónigo Eduardo Torra, donde éste mostraba el interés del Cabildo Metropolitano de que  pintase una cúpula en la basílica de El Pilar. López declinó la oferta. Pero después de habérselo pensado, allá por 2007, López  creyó tener el argumento de su trabajo. Y dos años más tarde, concretamente el 20 de enero de 2009, presentaba al entonces arzobispo Manuel Ureña su proyecto, auspiciado por la Fundación Arte y Gastronomía. Un trabajo que podría costar sobre dos años de esfuerzo y dos millones de euros. Entonces se señaló que dicha obra, Regina  Aragonensium, estaría formada por un grupo de esculturas de bronce a ras de suelo, no situadas en la vertical de la cúpula sino en una línea inclinada junto a las paredes, para evitar interrumpir el paso de los fieles, y en la cúpula el rostro de la Virgen. El espacio elegido no era una cúpula, como sucede con Goya sino un luneto entre cúpulas casi encima de la capilla de san Braulio, junto al coro mayor. Se dijo entonces (¡en plena crisis económica!) que todo ello podría ser costeado por suscripción popular. Finalmente, el pasado 11 de enero se exponía a puerta cerrada el proyecto del pintor, donde estaban presentes, además del artista, los miembros del Cabildo, el deán y una comisión de expertos. No encontraron “viabilidad” el proyecto. No hay manto ni Niño ni corona... Sólo ese grupúsculo de expertos a la violeta, según se desprende de los hechos, conoce el verdadero rostro de María. En vista de ello, lo mejor sería hacerle el encargo a Cecilia Jiménez, la restauradora del eccehomo de Borja. No sé si lo hace bien o mal, pero me costa que con el “tirón turístico” se llevará el 49% de los beneficios del merchandising de un recién inaugurado Centro de Interpretación, donde afuera suena “With a Little bit of help of my friends”, de Joe Cockers y donde se espera vender como churros tazas y camisetas de la imagen “restaurada”. Un deán le cerró las puertas del Pilar a Goya para seguir pintando cúpulas. Otro deán, ahora, le niega a Antonio López su proyecto, que se me antojaba hermoso. El deán devora a un artista de la misma manera que Saturno devora a su hijo, como dejó plasmado el pintor de Fuendetodos. Pues nada, que sigan con el tararí ratonero de “Bendita y alabada sea la hora...” y esperemos a que dentro de un siglo haya mejor suerte.

No hay comentarios: