Esta mañana, como hacía un día soleado, he ido a dar un
paseo por el Casco Viejo de Zaragoza. La misión de todo peatón consiste en
observar con detenimiento todo lo que encuentra a su paso, ya sea un escaparate
de ropa outlet, una iglesia o el
grupo de turistas que siguen al guía contratado como las pécoras al pastor. Y
por fortuna he podido ver por dentro una vez más la catedral de La Seo, y perdonen la
redundancia. Hay determinados días, cinco o seis al año, que puede verse el
interior de esa obra majestuosa de forma gratuita. Por la calle había ruido y
personas con ganas de celebrar el Día de Aragón: san Jorge. Pues bien, enseguida he recordado a André Maurois, cuando afirma en su Historia de Francia qué “siendo la religión en la
Edad Media el centro de pensamientos e
ideas, las artes por excelencia serán la arquitectura religiosa y la escultura
como su auxiliar”, esas “oraciones petrificadas” obra de la ciudad entera. Es,
para Maurois, “el libro de un pueblo que
no tiene libros” donde “en los muros, sobre los pórticos le lee la verdad
revelada, mientras en los capiteles de las columnas, se expresa la moral
cotidiana o los suplicios de los pecadores. El arte no era sensual sino
didáctico”. Lo que acontece ahora, en el siglo XXI, lo entiendo menos. Hace ya
unos cuantos años, creo que en 1992, Antonio
López recibió “un encargo” del canónigo Eduardo Torra, donde éste mostraba el interés del Cabildo
Metropolitano de que pintase una cúpula
en la basílica de El Pilar. López declinó la oferta. Pero después de habérselo
pensado, allá por 2007, López creyó
tener el argumento de su trabajo. Y dos años más tarde, concretamente el 20 de
enero de 2009, presentaba al entonces arzobispo Manuel Ureña su proyecto, auspiciado por la Fundación Arte y Gastronomía. Un trabajo que podría
costar sobre dos años de esfuerzo y dos millones de euros. Entonces se señaló
que dicha obra, Regina Aragonensium, estaría formada por un
grupo de esculturas de bronce a ras de suelo, no situadas en la vertical de la
cúpula sino en una línea inclinada junto a las paredes, para evitar interrumpir
el paso de los fieles, y en la cúpula el rostro de la Virgen.
El espacio elegido no era una cúpula, como sucede con Goya sino un luneto entre cúpulas casi
encima de la capilla de san Braulio,
junto al coro mayor. Se dijo entonces (¡en plena crisis económica!) que todo
ello podría ser costeado por suscripción popular. Finalmente, el pasado 11 de
enero se exponía a puerta cerrada el proyecto del pintor, donde estaban
presentes, además del artista, los miembros del Cabildo, el deán y una comisión
de expertos. No encontraron “viabilidad” el proyecto. No hay manto ni Niño ni corona... Sólo ese grupúsculo de expertos a
la violeta, según se desprende de los hechos, conoce el verdadero rostro de María. En vista de ello, lo mejor sería
hacerle el encargo a Cecilia Jiménez,
la restauradora del eccehomo de
Borja. No sé si lo hace bien o mal, pero me costa que con el “tirón turístico”
se llevará el 49% de los beneficios del merchandising
de un recién inaugurado Centro de Interpretación, donde afuera suena “With
a Little bit of help of my friends”, de Joe Cockers y donde se espera vender como churros tazas y camisetas
de la imagen “restaurada”. Un deán le cerró las puertas del Pilar a Goya para
seguir pintando cúpulas. Otro deán, ahora, le niega a Antonio López su
proyecto, que se me antojaba hermoso. El deán devora a un artista de la misma
manera que Saturno devora a su hijo,
como dejó plasmado el pintor de Fuendetodos. Pues nada, que sigan con el tararí
ratonero de “Bendita y alabada sea la
hora...” y esperemos a que dentro de un siglo haya mejor suerte.
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