Jorge Bustos, en El Mundo, bajo el epígrafe “Por qué un pobre vota al PP”, hace referencia al motivo por el que “el
contribuyente, pese a tanta podredumbre a la vista sigue prefiriendo la
corrupción al populismo”. (…) “Perplejidad que a su vez se resuelve con ese
gracejo divino que brinda la superioridad moral: eres más tonto que un obrero
de derechas. Y sin embargo no hay siete millones y medio de pijos en España”. (…) “Quizá –sigue diciendo Bustos-
votan al PP porque los pobres, como Laocoonte, han aprendido a
desconfiar de los regalos, y valoran el pájaro en mano de las pensiones
blindadas más que el ciento volando de esos 60.000 millones que aproximan la
sospecha de una intervención, y por tanto de un tajo drástico en la
mensualidad. Quizá
les asquea la corrupción, pero la ven flotando en otros en proporción directa a
su cuota de poder, y razonan que el pitufeo no es comparable al
modo caraqueñamente uniforme en que el populismo extiende la miseria”. Dicho
todo eso, ahora se entiende que Mariano
Rajoy se haya venido arriba, como los toreros de postín. Ahora se entiende,
digo, que, como señala Bustos, “no
castigan la corrupción política porque reconocen su simetría con la corrupción
ciudadana”. Cualquiera sabe lo que sucede en los talleres, cuando te pregunta
el mecánico si el importe del arreglo lo deseas con factura o sin ella, o el
fontanero que te cambia el bidé, o el chatarrero al que le llevas los grifos
viejos de latón… Si no fuese por el dinero oculto, no habría tantos
apartamentos playeros, ni tantas cenas en restaurante las noches de los fines
de semana, ni tantos vehículos de gran cilindrada rodando por nuestras
carreteras conducidos por microempresarios, muchos de ellos de escasa cultura, que
sólo disponen de dos trabajadores, a lo sumo tres, en nómina. Al “dinero en B”
siempre hay que darle salida por el procedimiento de urgencia, es decir, con el
apartamento de verano, el coche alemán, o las dos cosas. Si tenemos en cuenta
que en España hay dos millones y medio de microempresas, y otros dos millones
entre rentistas, clérigos y gente que vive del cuento, salen las cuentas. Rajoy
lo sabe y el sistema D’Hondt le
favorece.
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