Hoy, para animar un poco este martes lluvioso, voy a hacer
referencia al oficio de verdugo, que por costumbre se solía heredar de padres a
hijos. Es una de esas profesiones que ya no se estilan. Se fue amortizando sin
apenas darnos cuenta. Al final ya sólo quedaban plazas para este tipo de
funcionarios públicos en Madrid, Barcelona, Sevilla, Burgos y Zaragoza.
Posteriormente desaparecieron las plazas de verdugo en Burgos y Zaragoza. De
nada sirvió que en octubre de 1948 el BOE publicara convocatoria para cubrir
una plaza. No hubo manera. Y como la cosa no se animaba, con la llegada de la
democracia se abolió la pena de muerte definitivamente. Existe un documental de
Basilio Martín Patino realizado en
1970, “Queridísimos verdugos”, donde
se entrevistaba a esos tres últimos verdugos del tardofranquismo. Eran
tranquilos, de apariencia normal, de esos tipos que parecen incapaces de matar
una mosca. Ahora verdugo sólo es un
apellido que tiene sus orígenes en Arévalo, como el apellido Carrasco, el que
chupaba del frasco, que es equivalente a verdugo pero dicho en portugués. Una
de las películas que más me gustaron en su día fue El verdugo, de Luis García
Berlanga. Pero lo que desconocía era que el argumento de esa cinta de 1963,
con guión de Berlanga, Rafael Azcona
y Ennio Flaiano, estuvo inspirado en
Florencio Fuentes Estébanez, que
terminó con su vida colgado de un árbol en 1970. La última ejecución de Fuentes
se había llevado a cabo en junio de 1953 en la prisión de Vitoria, y el
condenado era un joven zapatero de Sodupe de nombre Juan José Trespalacios, al que tuvo que ajusticiar en Trespaderne.
Entonces era titular de la
Audiencia de Valladolid. Florencio Fuentes, nacido en Osorno
en 1901. La única profesión anterior que se le conocía era la de obrero del
campo. Al aceptar el puesto de funcionario, Fuentes estuvo de ayudante de Vicente López Copete, que le enseñó el
manejo del garrote (Juan Eslava Galán
(1993) “Verdugos y torturadores”.
Madrid. Ediciones Temas de hoy). Como sucede en la película “El verdugo”, (donde José Luis (Nino Manfredi), yerno de Amadeo (José Isbert), finalmente acepta el
puesto de su suegro en el convencimiento de que nunca se presentará la ocasión
de ejercer su nuevo oficio). Florencio Fuentes siempre abrigó sentimientos de
culpabilidad, y ello le causó un expediente disciplinario en 1952 por negarse a
una ejecución. Un año después, abandonó la profesión definitivamente después de
ajusticiar a Trespalacios. Alegó en un escrito que sus hijos (tuvo diez)
sufrían acoso escolar por el oficio de su padre. Falto de recursos llegó a la
mendicidad. Fuentes había tomado el relevo de Gregorio Mayoral Sandino. Juan Eslava cuenta en la novela antes
citada que en una sola jornada, en 1944, Fuentes llegó a ejecutar a nueve
condenados en la prisión de Barcelona. Eso es lo que se llama trabajar a
destajo, difícil de entender en la actualidad en la labor de un funcionario
público.
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