El
domingo, a las urnas. Y el lunes, 11 de noviembre, en la sede de algún partido
político hasta podríamos ver trancada la puerta de entrada y un cartel pegado
al cristal: “Aquí murió El Piyayo;
si oyes tocar las campanas, no preguntes quién se ha muerto”. Hoy, justo una
semana antes, en Barcelona están de cuerpo presente el jefe del Estado, su
consorte, la heredera (que pronunciará su primer discurso en catalán) y su
hermana, para entregar los Premios de la
Fundación Princesa de Gerona. Una princesa que no puede visitar su
principado ni entregar los premios en Gerona parece el comienzo de uno de
aquellos cuento de Saturnino Calleja
que siempre terminaban con sus protagonistas felices y comiendo perdices; en
este caso, comiéndose el marrón de la indiferencia ciudadana. Ausentes a los actos, el presidente Torra y la alcaldesa Colau, y con Barcelona ardiendo entre
barricadas de inconformistas, más que la entrega de los Premios Princesa de
Gerona el acto, al perder lustre, se
troca en lo más parecido a la imposición de escapularios a las hijas de María
en un despacho parroquial que a un acto institucional al más alto nivel. Ya
sabemos que Barcelona no es Oviedo ni el Palacio de Congresos es el Teatro
Campoamor. Aquí, hoy, faltan gaitas asturianas y sobran inmodestias. Buena
parte de los catalanes no olvidan el discurso del rey, el 3 de octubre de 2017,
redactado por el Gobierno presidido por Mariano
Rajoy, donde, como bien señala hoy Javier
Pérez Royo (Eldiario.es) “Felipe VIpuso por delante la
monarquía del principio de legitimidad democrática, el 1.3 antes del 1.2 de la
Constitución, desnaturalizando de esta manera la monarquía parlamentaria que la
Constitución reconoce”. (…) “De aquellos polvos, estos lodos”. (…) “Cueste lo que cueste (como dice Zarzalejos en El Confidencial ) y monarquía parlamentaria son términos
incompatibles. Si la presencia del rey no es aceptada de buen grado por los
ciudadanos del territorio que visita y el Gobierno tiene que encargarse de que
sea aceptada en cualquier caso y sea como sea, es obvio que la visita se
producirá, pero no lo es menos que para los ciudadanos de dicho territorio la
monarquía será otra imposición más, con la que no estarán de acuerdo”. Como
contabaÁlvaro R. del Moral(El Correo de Andalucía, 01/08/17) “Rafael
Gómez Ortega, El Gallo en los
carteles, había pasado mil fatiguitas en uno de aquellos trenes expresos que
cosían las provincias con el Foro en el duermevela de la noche. El hombre,
cansado del interminable traqueteo y cubierto de hollín, se bajó en Atocha con
la amanecida, muchas horas después de subirse a aquel caballo de hierro en la
vieja estación de Plaza de Armas. Pasó por delante de la máquina de carbón y,
dando un respingo, sintió un soplido tibio de vapor junto a un agudo y
estridente silbido. “Esos cojones en
Despeñaperros”, fue su respuesta”. Esa misma contestación podría recibirla
el jefe del Estado de boca de cualquier ciudadano harto, consciente de que,
quien posa más galán que Mingo ante los fotógrafos acreditados en
su actual visita a Barcelona, no se aventure a cumplir con el avío de hacer una
visita por Ceuta y Melilla.
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