Leo en la prensa local aragonesa que “morirse en
Zaragoza a los 100 años tiene premio”. El premio consiste en que la funeraria El Paraíso,
fundada por el hostelero Juan Pablo Acedo, le hace el entierro gratis. Me ha
venido a la cabeza un cartel que existía en una tasca de Sevilla donde podía
leerse: “Para fiarle a usted ha que tener 79 años y venir con su padre”. Pese a
que esa funeraria, El Paraiso, está
de rebajas, ni por esas. Está visto que la gente no quiere morirse. Cualquier
día esa mengua la deberá hacer la Seguridad Social, en vista de que aquí no se
muere nadie y que la caja de las pensiones hace aguas. Julio Camba, que sabía mucho de estas cosas, dejó escrito en su
artículo “Sobre los muertos” que “En
la calle de Alcalá, un simple muerto de segunda o de tercera tiene mucha más
importancia que los vivos de mayor categoría. Los transeúntes se descubren solemnemente
a su paso, los tranvías se detienen y se interrumpe toda la circulación.
Mientras otras capitales ocultan cuidadosamente a sus muertos –y no menos por
respeto que por egoísmo--, Madrid exhibe los suyos a golpe de bombo y platillos.
Unos hombres de levita y chistera, que, tanto por esta obsoleta indumentaria
como por la gravedad de su continente, parecen hombres-anuncio, van detrás del
furgón, bien a pie o bien utilizando unos vehículos de museo, donde florecen
todas las variedades del barroco. Y con esta
réclame intensiva, con este sistema
de publicidad tan bien montado, ¿cómo no va a aumentar la mortalidad en Madrid?”.
Claro, Camba se murió el 28 de febrero de 1962 en la clínica Covesa dicen que como consecuencia de
una embolia, pese a que yo sigo manteniendo la tesis de que falleció harto de vivir a cuerpo de rey desde 1949 en
la habitación 383 del Hotel Palace por
cuenta del banquero Juan March;
aunque, como escribiera Miguel-Anxo
Murado (La voz de Galicia, 29/10/17), “ahora vaga por esa habitación su
fantasma, que se aparece a las camareras para quejarse de lo incómodo que es el
otro mundo”.
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