viernes, 29 de noviembre de 2019

Expolios a tutiplén



A mi entender, algo debería hacerse desde los organismos competentes del Estado ante el expolio cometido por la Iglesia Católica mediante inmatriculaciones de edificios, iglesias, catedrales, ermitas, plazas y cementerios hasta ahora de dominio público como consecuencia de una obsoleta ley hipotecaria de 1946, modificada en 1998 con el Gobierno presidido por Aznar, sin prestar la debida documentación acreditativa por parte de los obispos. Sólo entre 1998  y 2005 los obispados de las diferentes diócesis registraron más de 30.000 fincas, entre ellas la Mezquita de Córdoba y la catedral de La Seo, que producen cuantiosos beneficios anuales por la venta de entradas para poder ser visitadas. Sólo conozco un caso de reversión: Sam Juan de los Panetes, en Zaragoza, declarada monumento histórico-artístico en 1933, a instancias de Zaragoza en Común, siendo alcalde Pedro Santisteve. Fue inmatriculada por el Arzobispado en 1989, siendo su titular Manuel Ureña Pastor, nombrado arzobispo a instancias del cardenal Rouco Varela, y relevado de sus funciones años más tarde por ocultar un acoso (y la correspondiente indemnización de 105.000 euros a un diácono despedido por motivos secretos relacionados con un escándalo sexual y al que Ureña había decidido no ordenar sacerdote). Al tratarse, como digo, la iglesia de San Juan de los Panetes un bien de titularidad de la Administración General del Estado, una sentencia determinó que se recuperase y se inscribiese a nombre del Ministerio de Cultura. De no ponerse freno a ese sindiós, a no tardar mucho, los jerarcas de la Iglesia Católica serán los amos del cotarro, los nuevos señores feudales. Menos mal que de momento los obispos no ejercen el ius primae noctis. De hecho, la primera referencia que se tiene del derecho de pernada en la Edad Media, apareció en la abadía de Mont-Saint-Michel en 1247. Es una composición en verso, donde sus autores, los monjes de la abadía, la elaboraron como una herramienta política, con el objetivo de atraer a sus tierras campesinos provenientes de los territorios de otros señores feudales: les decían que ellos eran más justos y que, por tanto, les resultaría más provechoso trasladarse a sus dominios. “Fíate de la virgen y no corras” fue una frase graciosa atribuida a las fuerzas isabelinas durante la Primera Guerra Carlista, cuando las tropas favorables al pretendiente Carlos María Isidro nombraron “Generalísima de los ejércitos carlistas” a la Virgen de los Dolores, a la que le rezaban con devoción antes de entrar en combate. Pero, debido a ese inusitado y enfermizo fervorín, las tropas tardaron en avanzar y tomar posiciones sobre los contrarios durante la batalla de Mendigorría. El resultado fue catastrófico para los carlistas. Pues eso mismo digo yo ahora ante el expolio de las inmatriculaciones manejadas por los obispos: “Fíate de la virgen y no corras…”

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