No cabe duda de que la gente de
los pueblos pequeños y de las aldeas de la España vaciada (que suena como
cuando a una mujer le extirpan la matriz) está bastante alarmada desde que ve y
escucha los telediarios de La Cinco que
son como la nueva versión de La Linterna.
No me refiero a ese programa nocturno de la COPE
que gobierna Ángel Expósito, tampoco
a los romances de ciego ni a la literatura de cordel, sino a aquella revista de
incendios, asesinatos, robos y estafas que precedió a El Caso y que salió por primera vez de las rotativas en 1936. En un
excelente ensayo de Rosa María Rodríguez
Cancela (“La prensa de sucesos en el
periodismo español”, Universidad de Sevilla) su autora cuenta que “el
reportero de sucesos de principios del siglo XX ejercía su profesión con no
pocas dificultades: mal pagado, mala imagen y desprestigiado, inaccesibilidad a
las fuentes policiales, etcétera. Pero sí tenía una ventaja y era la de
disponer de más independencia y no depender exclusivamente de la fuente
institucional o policial. El reporterismo de sucesos tenía además un mérito
extraordinario, al requerir de mayor esfuerzo para conseguir esclarecer a los
lectores los motivos de un asesinato. La información política buscaba al
periodista, mientras que la información criminal tenía que ser investigada por
el periodista”. No cabe duda de que el franquismo censuraba toda la información
pero, según Justino Sinova (“La censura
de prensa durante el franquismo”, Espasa Calpe, Madrid, 1989) “la finalidad
que se trataba de ofrecer sobre las noticias de sucesos era moralizante, al
tratar de transmitir a la sociedad el mantenimiento del orden público y la
moralidad”. Como decía al principio, la gente de las aldeas remotas pretende
que en sus calles se instalen cámaras de videovigilancia en núcleos de menos de
250 habitantes. Así, el diario Heraldo de
Aragón señala hoy en sus páginas el ejemplo la comarca de Ribagorza,
“la más
extensa del Pirineo, con 34 municipios y 192 núcleos de población repartidos en
2.380 kilómetros cuadrados, que solo cuenta actualmente con un agente de la Policía
Local, el que tiene
el Ayuntamiento de Benasque”. Y añade que “para paliar la falta de vigilancia,
ya que la Guardia Civil no puede llegar a atender todo el ámbito rural, algunos
alcaldes han solicitado la instalación de cámaras de videovigilancia, pero su
pretensión se topa una y otra vez con la normativa, ya que solo los municipios con
cuerpo de Policía Local capaz de custodiar las imágenes pueden
contar con estos dispositivos”. Sólo queda una drástica solución: cuando un
forastero con la nariz torcida o una cicatriz en la cara aparezca, rué por sus
quebradas callejuelas esquivando cascarrias y no se identifique debidamente ante
el cura ecónomo, el juez de paz, o los ancianos que toman el sol junto a una
tomatera, al pilón de cabeza. Así escarmentará.
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