viernes, 1 de noviembre de 2019

Ver y mirar



Como la mañana se presentaba hoy otoñal e incluso calurosa, me he acercado hasta la plaza del Pilar por ver cómo se fotografían los japoneses y los turistas de una o dos noches que asoman por el casco viejo con chancletas, botella de agua, gorra de visera, sin respetar la derecha del peatón circulante, para hacer fotos desde el Puente de Piedra de la basílica y hasta poder comprobar in situ la placa pintarrajeada por unos impresentables que señala el lugar donde fueron asesinados Boggiero y Sas durante los Sitios. En el palacio arzobispal se puede visitar un museo religioso y también el bar que instaló el arzobispo Manuel  Ureña antes de salir tarifando de la Archidiócesis en 2014 tras descubrirse un sospechoso manejo de dinero para indemnizar a un diácono despedido por motivos no suficientemente aclarados. Según contaba Juan G. Bedoya (El País, 26/11/2014), "Ureña, en apenas 20 años, fue obispo, sucesivamente, de Ibiza, Menorca, Alcalá de Henares y Cartagena, y arzobispo de Zaragoza desde el 2 de abril de 2005. Su nombramiento, a instancias del cardenal Rouco Varela, fue sorprendente. Se dijo oficialmente que lo había decidido aquella mañana Juan Pablo II, quien murió nueve horas más tarde". La prensa local no se quiso mojar  en ese affaire y echó tierra encima sobre aquel delicado asunto, y aquí paz y después gloria. Como decía, a falta de mejor cosa que hacer, me he acercado hasta la Lonja por poder contemplar una exposición de pintura de Julia Dorado (Zaragoza, 1941). Como escribió respecto a su pintura  Carlota Santabárbara, licenciada en Historia del Arte y diplomada en Conservación y Restauración de Bienes Culturales, en los lienzos de Julia Dorado, “los colores se superponen, las manchas tonales van creando un paisaje emocional y, donde parece ocultarse el fondo, realmente se nos desvela lo que subyace”. O sea, como pretendiendo borrar lo plasmado, aunque sin conseguirlo del todo, para dejar asomar debajo de cada carcasa el alma oculta en todo su esplendor. Vamos, pura metafísica. Me ha quedado claro que no es igual mirar que ver. Tienen un contenido semántico diferente. Mientras que ver viene del latín videre, mirar viene de mirari, admirarse. Para ver de forma nítida sólo hay que poseer buena vista o ayudarse de buenas lentes. Para mirar, en cambio, además de ello, es necesario ejercer la voluntad.

No hay comentarios: