sábado, 2 de noviembre de 2019

Los muertos flacos no se tocan, nene



Hoy, día que la Iglesia dedica a los fieles difuntos, me viene a la cabeza el recuerdo de haber leído algo de Camilo José Cela sobre Roque Paz Pecharromán, alias Cartagena Chico, antiguo sepulturero del cementerio de Chamartín de la Rosa. Sobre él contaba Cela que “toma el solecico por la mañana mientras medio piensa en los lucidos entierros de las niñas, que por lo general son muy emocionantes”. Roque Paz Pacharromán, alias Cartagena Chico,  enterraba a las muchachas con mucha solemnidad, “siempre cantando cartageneras por lo bajines”. Pero la vida todo lo devora, y el viejo enterrador –sigue contando Cela- “no tiene más que el pellejo pegado al hueso, es muy magro y esporádico, muy flaco de carnes, que han de convertirse en polvo. A lo mejor, cuando le llegue la hora de fundirse con la tierra, se amojama como una momia y no se pudre. Estos muertos flacos es lo que tienen, que confunden hasta el lucero del alba. En las mondas de los cementerios, estos muertos flacos dan mucha guerra a los empleados municipales”. Recuerdo el caso de Malaquías Petisme, reparador de relojes de cuco y cursillista de Cristiandad, fino como hoja de culantrillo y duro como una castaña pilonga, que se murió de repente después de cenar sopa juliana y tortilla de finas hierbas, y de haberse pasado toda la tarde regando crisantemos. Años más tarde, a la hora de trocearle con un hacha de mano para que pudiese hacer sitio y compartir hueco con su mujer, saltó una esquirla del coxal, dejando tuerto a un cuñado suyo que había llegado desde Badalona para tal menester. A veces suceden cosas insólitas no contempladas en las pólizas de decesos; verbigracia: que te alcance un cohete volador durante las fiestas patronales, o que en la esquela de la prensa se omita por error el nombre de una tía política que siempre pagaba de su bolsillo el pavo por navidades.

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