viernes, 1 de noviembre de 2019

Glorioso pepito



Al madrileño Café de Fornos le denominó Gustavo Adolfo Bécquer como “solemne y patricio”. Y Eduardo Zamacois dejó escrito que aquel café “tenía mucho de teatro y algo de iglesia”. Sus razones tendrían. Por aquel local, inaugurado en 1870 en la calle de Alcalá esquina a Peligros, que ocupaba el sitio donde antes estuviera el convento de Nuestra Señora de la Piedad hasta la Desamortización, pasó el todo Madrid. Y allí se hicieron famosos los pepitos de ternera, bocado excelente que se metía entre pecho y espalda Pepito, el hijo de Manuel Fornos, copropietaria junto a su hermano Carlos. Manuel falleció en 1875. El café cerró sus puertas en 1909. (La verdadera historia del “pepito de ternera”, ya que hubo otras versiones, la publicó Teodoro Bardají en el semanario “Ellas” el 7 de mayo de 1933). Muy cerca se encontraba el Teatro Apolo y no lejos la Puerta del Sol, por donde pasaban los tranvías tirados por mulas. Pero el cliente más querido de Fornos fue el perro Paco, del que existe hasta una estampa de la época con el fondo de una barrera de la plaza de toros, del que se tiraron muchos ejemplares al precio de dos reales. Además, le fue compuesta una polka llamada “Perro Paco”. En la Séptima Parte del Anecdotario Histórico Contemporáneo,  Natalio Rivas dejó escrito quién fue el novillero que le dio una estocada y cómo Felipe Ducazcal lo recogió herido, se lo llevó a su casa, llamó a dos veterinarios para que lo curasen y hasta daba en el Café de Fornos dos partes diarios sobre el estado del perro. Finalmente, nada pudo hacerse por salvarle la vida. Sobre el autor de aquella salvajada,  Rivas escribió lo siguiente:
“Yo pertenezco a una peña que llamamos ‘Amigos de Madrid’, compuesta de una veintena de personas… (…) Nos reunimos periódicamente en la ‘Taberna’, de la calle de san Alberto, y nos preside el simpático, popular y viejo madrileño Emilio Blanco Parrondo, octogenario, pero con tres años menos que yo. En uno de los recientes ágapes hube yo de recordar al perro Paco. Conté alguna de sus inverosímiles andanzas, y cuando dije que no había podido averiguar quién le mató, me interrumpió Emilio diciéndome:
--Pero hombre, ¿cómo es posible que no lo sepas, cuando el autor fue amigo tuyo y mío?
Le rogué que me citara el nombre, y contestó:
--En aquel mes de junio dieron los taberneros de Madrid una becerrada y designaron como espada a Pepe Rodríguez Miguel, que era dueño de la taberna que había frente a la fuente de los Galápagos, en la calle Hortaleza, y recordarás que por esa circunstancia todo Madrid le llamaba cariñosamente Pepe el de los Galápagos
Pues bien, éste tipo fue el que le arreó el pinchazo que le causó la muerte. Pero no quisiera terminar este post sin volver al “Pepito de ternera”, considerado para muchos, entre los que yo me encuentro, como el mayor invento gastronómico después de la tortilla de patata. Cirujano de Hierro es, además de una expresión ambigua acuñada por Joaquín Costa en referencia al dictador Miguel Primo de Rivera, el autor anónimo de un chat. En Burbuja.info (11/05/2018)  señala lo siguiente: “Como sabe cualquier listillo que se precie, un pepito de ternera es un bocadillo de filete de ternera. Así de fácil. Bueno, no tanto: un buen pepito de ternera debe ser tierno y jugoso, con el pan crujiente por fuera pero ligeramente empapado en la miga gracias al jugo de la carne, no la suela de zapato que te llevas entero en el primer bocado que sirven en algunos bares”. En eso estamos de acuerdo.

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