viernes, 23 de octubre de 2020

Resbalar en el atrio

El multimillonario mejicano Carlos Slim, amigo de Felipe González, que controla en España el 81% de FCC, el 71% de Realia y el 5’5% de Metrovacesa propuso en el XIX Congreso de Directivos de la Confederación Española de Directivos y Ejecutivos que  la jornada laboral en España conste de 3 jornadas semanales a razón de 11 horas por día (no sabemos con qué reducción de sueldo) y una jubilación a los 75 años. Entiende de que de esa forma se ahorraría mucho dinero la Seguridad Social. Hombre, y si los ciudadanos se jubilasen a los 85 años, más aún. Aquí de lo que se trata, según se ve, es que la gente pase de estar en activo al cementerio, para que no moleste. O que cuando le hayan homenajeado sus compañeros y le hayan entregado el reloj reglamentario, al despedirse de ellos levante la mano y diga “¡taxi!” cuando vea que se acerca un coche fúnebre, o el furgón de la Sangre de Cristo. Según ese mejicano, el desahogo de las cuentas públicas podría servir “para destinar recursos hacia la tecnología”. ¿Tecnología, dice Slim? Pero ya me dirá ese señor qué tecnología se puede implantar en un país donde todo el valor añadido se fía al turismo (12% del PIB), a la construcción, que ocupa el segundo lugar, con un 13,1% de empresas, a unas grandes compañías que sólo representan el 1% del tejido empresarial y a unas pymes (la mayoría de ellas microempresas) que representan el 99 % el tejido restante, de las cuales más del 80 % se dedican al sector terciario. Para ser exactos, y el 24,3 % de esas pymes se dedican al sector comercio, y el 56,2% restante a  otros servicios (asesoría, formación, sanidad, turismo, banca, ocio, cultura, transporte, etcétera). En resumidas cuentas, España se ha convertido en un país de camareros que ni siquiera han pasado por una escuela de Hostelería, pero que son los trabajadores por cuenta ajena que más están sufriendo con la pandemia del coronavirus. Con esos mimbres es difícil hacer una buena cesta. Pero no pasa nada. Si Slim desea modificar la edad de jubilación y las jornadas laborales de los españoles lo tiene fácil: primero deberá nacionalizarse español; después, militar en un partido político; más tarde, formar parte de una lista de aspirantes a diputados al Congreso; y, finalmente, conseguir acta con derecho a escaño. Mientras eso no suceda, Slim puede decir lo que se le antoje siempre que haya alguien que le escuche; seguir invirtiendo en empresas; y hasta cantar el “cucurrucucú paloma” al estilo de de Miguel Aceves Mejía. Pero los asuntos de España, ya de por sí harto dificultosos, debemos arreglarlos los españoles, pese a que nos guste andar a palos en las romerías y en el Hemiciclo. Malo será que nos suceda lo que a Mariano Vilobal, “el cura más famoso por sus ventosidades tanto por arriba como por abajo”, según relataba  Camilo J. Cela en “Mazurca para dos muertos”, que “murió a poco de empezar la guerra, se subió al campanario a arreglar la campana, se le fue un pie y se partió la nuca contra las sepulturas del atrio”. Carlos Slim no es precisamente Lázaro Cárdenas del Río, al que tanto agradecimiento debemos los españoles por la excelente acogida a los refugiados que llegaron a Méjico en el buque Sinaia. Carlos Slim, en cambio, lo que pretende es que, cuando los españoles dejemos el oficio, resbalemos en el portal y nos rompamos el colodrillo cerca del chiscón de la portera, como el pobre Mariano Vilobal. Eso sí, con el flamante reloj del homenaje en la muñeca.

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