El multimillonario mejicano Carlos Slim, amigo de Felipe
González, que controla en España el 81% de FCC, el 71% de Realia y
el 5’5% de Metrovacesa propuso en el XIX Congreso de Directivos de la Confederación Española de Directivos y
Ejecutivos que la
jornada laboral en España conste de 3 jornadas semanales a razón de 11 horas
por día (no sabemos con qué reducción de sueldo) y una jubilación a los 75
años. Entiende de que de esa forma se ahorraría mucho dinero la Seguridad
Social. Hombre, y si los ciudadanos se jubilasen a los 85 años, más aún. Aquí
de lo que se trata, según se ve, es que la gente pase de estar en activo al
cementerio, para que no moleste. O que cuando le hayan homenajeado sus
compañeros y le hayan entregado el reloj reglamentario, al despedirse de ellos
levante la mano y diga “¡taxi!” cuando vea que se acerca un coche fúnebre, o el
furgón de la Sangre de Cristo. Según
ese mejicano, el desahogo de las cuentas públicas podría servir “para destinar
recursos hacia la tecnología”. ¿Tecnología, dice Slim? Pero ya me dirá ese
señor qué tecnología se puede implantar en un país donde todo el valor añadido
se fía al turismo (12% del PIB), a la construcción, que ocupa el segundo lugar, con un 13,1% de empresas, a unas grandes compañías que
sólo representan el 1% del tejido empresarial y a unas pymes (la mayoría de
ellas microempresas) que representan el 99 % el tejido restante, de las cuales
más del 80 % se dedican al sector terciario. Para ser exactos, y el 24,3 % de
esas pymes se dedican al sector comercio, y el 56,2% restante a otros servicios (asesoría,
formación, sanidad, turismo, banca, ocio, cultura, transporte, etcétera). En
resumidas cuentas, España se ha convertido en un país de camareros que ni siquiera
han pasado por una escuela de Hostelería, pero que son los trabajadores por
cuenta ajena que más están sufriendo con la pandemia del coronavirus. Con esos
mimbres es difícil hacer una buena cesta. Pero no pasa nada. Si Slim desea
modificar la edad de jubilación y las jornadas laborales de los españoles lo
tiene fácil: primero deberá nacionalizarse español; después, militar en un
partido político; más tarde, formar parte de una lista de aspirantes a
diputados al Congreso; y, finalmente, conseguir acta con derecho a escaño.
Mientras eso no suceda, Slim puede decir lo que se le antoje siempre que haya
alguien que le escuche; seguir invirtiendo en empresas; y hasta cantar el “cucurrucucú paloma” al estilo de de Miguel Aceves Mejía. Pero los asuntos
de España, ya de por sí harto dificultosos, debemos arreglarlos los españoles,
pese a que nos guste andar a palos en las romerías y en el Hemiciclo. Malo será
que nos suceda lo que a Mariano Vilobal,
“el cura más famoso por sus ventosidades tanto por arriba como por abajo”,
según relataba Camilo J. Cela en “Mazurca
para dos muertos”, que “murió a poco de empezar la guerra, se subió al campanario a arreglar la
campana, se le fue un pie y se partió la nuca contra las sepulturas del atrio”.
Carlos Slim no es precisamente Lázaro
Cárdenas del Río, al que tanto agradecimiento debemos los españoles por la
excelente acogida a los refugiados que llegaron a Méjico en el buque Sinaia. Carlos Slim, en cambio, lo que
pretende es que, cuando los españoles dejemos el oficio, resbalemos en el
portal y nos rompamos el colodrillo cerca del chiscón de la portera, como el
pobre Mariano Vilobal. Eso sí, con el flamante reloj del homenaje en la muñeca.
viernes, 23 de octubre de 2020
Resbalar en el atrio
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario