lunes, 5 de octubre de 2020

Ahora sí toca

 

Leo que el presidente del Gobierno acompañará al jefe del Estado el próximo día 9 a Barcelona, donde participarán en la entrega de premios de la presente edición de Barcelona de New Economic Week. De esa manera, Felipe VI vuelve Barcelona tras la polémica por la ausencia real en la entrega de despachos a los nuevos jueces, al no considerarla entonces oportuna por el Gobierno en una “decisión colegiada”. Yo no sé si esa Nueva Semana Económica, que es como se diría en castellano, es la prioridad de Pedro Sánchez con la que está cayendo en Madrid por un coronavirus descontrolado. Me da la sensación de que Felipe VI quería quitarse la espina de no haber podido ir a Barcelona, según  contó a Lesmes, en el momento más inoportuno. Ahora, con la silla vacía de Joaquim Torra (con la grande polvareda perdimos a don Beltrán) parece el campo catalán más despejado para la visita regia. Yo estoy convencido de que a Felipe VI le aburren las entregas de premios. Podría ser que lo que le gustase de veras fuese ir una noche a El Molino a ver el music-hall. Un local que abrió sus puertas el año en el que perdimos Cuba y Filipinas con el nombre de Pajarera Catalana hasta 1910. A partir de entonces se llamó Petit Moulin Rouge hasta el término de la Guerra Civil. A partir entonces, el franquismo castellanizó el nombre y le quitó lo de “petit” y lo de “rouge”. Se quedó con El Molino, a secas. Lo de Pajarera Catalana tiene su explicación. Hasta 1898, en ese solar de El Paralelo existía una tasca llamada La Pajarera. Un año más tarde su dueño vendió el negocio por 100 pesetas a un andaluz que transformó el local en un  tablao flamenco. Allí actuaban unas bailaoras sin sueldo, sólo a cambio de pan y vino y de poder dormir en unas literas colocadas detrás del escenario. Más tarde se añadió al espectáculo un travestido que contaba chistes. El Molino sólo hizo un paréntesis en sus actuaciones. Fue en 1926, cuando fue ocupado por el partido Unión Patriótica Española, fundado por  el golpista Miguel Primo de Rivera. Durante la Guerra Civil continuaron los espectáculos, gestionados por la CNT, que igualó el sueldo de artistas, camareros y resto de personal. Durante los años 40 consta que en El Molino hubo estraperlo de penicilina de forma discreta en la sala de butacas. O puede que a Felipe VI se gustase montar en una “golondrina” y hacer un recorrido por el puerto. Algo que seguramente nunca pudo hacer por su férrea educación, como le ocurrió a Juan Carlos, su padre, al que Franco (odiado por don Juan) le robó la infancia desde que tuvo 10 años, cuando llegó desde Estoril directo al internado de Las Jarillas junto a otros 8 niños más para dar cumplimiento al “pacto del Azor”. Las Jarillas fue una propiedad de los marqueses de Urquijo cedida a Franco en 1948 para educar a Juanito. Durante su larga estancia contó con dos guardias civiles para su protección: José Velasco y Antonio Jodrá. A ambos guardias civiles, ya nonagenarios les recibió Juan Carlos en su despacho de La Zarzuela en enero de 2014. Meses más tarde, el 19 de junio, el rey abdicaba. Existen muchas fotos de la llegada de Juan Carlos a España hechas por José Demaría Vázquez, conocido como Campúa, y que años antes (1922) había acompañado a Alfonso XIII y su séquito a Las Hurdes. El redactor de aquel viaje fue (seleccionado por sorteo) José García Mora, de El Debate. Las Jarillas (Colmenar Viejo) es hoy es una finca donde se celebran bodas, bautizos y comuniones.

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