jueves, 15 de octubre de 2020

Silente oficio de tinieblas

 

El monocultivo del turismo se ha ido a hacer puñetas, o al carajo de la vela. José Alejandro Vara, en un artículo de Vozpópuli, “La Corona tullida y la España fallida”, señala que “los cimientos de nuestra convivencia están al borde del colapso”. La pandemia del coronavirus no se arregla sino que está empeorando; el sistema económico está quebrado; la Monarquía se tambalea como un vetusto caserón de La Habana vieja; el Gobierno pretende liquidar a Montesquieu al estilo del goyesco “Duelo a garrotazos”; el Emérito, no pronuncies su nombre, sigue desaparecido como don Beltrán con la polvareda; los “juancarlistas”, que no monárquicos, se esconden como los alacranes bajo los guijarros para otear el negro panorama a través de los visillos de casa en un autoimpuesto confinamiento de brasero y mesa camilla; todo ello, como dice Vara, en “un escenario nada tranquilizador”. Para el sagaz columnista, “a los analistas se les ha puesto cara de cenizos, se instalan en el 98 y citan obsesivamente a Unamuno, a Baroja y hasta a Azorín, con esa 'prosa de pan rallado', que decía el otro. Es algo injusto porque aquel cambio de siglo dista mucho de las convulsiones de ahora. La pérdida del último vestigio colonial, Cuba y Filipinas, fue episodio tan triste y crepuscular como inevitable. Poco antes habían asesinado a Cánovas, sí, pero la agitación tranquila de la Restauración se mantuvo en pie, la Constitución aguantó cincuenta años, con algún cimbronazo pero sin sangre, hasta el golpe de Primo de Rivera, y aún después. Visto desde nuestra tenebrosa actualidad, no había para tanto desconsuelo ni tanta amargura”. Lo de ahora pinta peor. El pasado día 12 de octubre se podía cortar el silencio en el Patio de Armas del Palacio Real. Se notaba tensión en el ambiente pese a que las obligadas mascarillas ocultaban los graves rictus en aquel silente oficio de tinieblas.

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