sábado, 24 de octubre de 2020

La España cañí

 

Lo más sensato que he leído en los últimos días ha sido hoy en La Vanguardia, donde el ministro de Universidades, Manuel Castells, en su trabajo “Salud, pesetas y amor”, deja claro lo que todos nos negamos a reconocer: “Si un país desescala por ansiedad económica antes de tiempo, sectores enteros se hunde, como el turismo. De ahí los titubeos constantes de las políticas pú­blicas. Abrimos un poco, cerramos un poquito, abrimos más, cerramos de repente, desconcertando a mucha gente, sembrando la ruina en miles de pequeñas empresas y suscitando el paro temporal o permanente de millones de trabajadores, mientras las familias agotan sus ahorros, se retrae el consumo y se profundiza la crisis”. España, también otros países de nuestro entorno, se mueven en ese bucle diabólico. En nuestro país las presiones por reabrir los negocios cuanto antes, sobre todo los negocios relacionados con el sector de la hostelería y el turismo, nos han llevado a una situación catastrófica de difícil solución. Aquí, en esta España cañí, se puede vivir sin bibliotecas, sin museos, sin teatros…, pero no se puede vivir sin bares. No importa si éstos son elegantes o cutres; si sus camareros son profesionales o ganapanes detrás de una barra; si te ponen vaso para verter el contenido del botellín de cerveza, o te ponen el casco sobre la mesa de velador para que “bebas a morro”, como se ve en las películas. Esos detalles son lo de menos. Lo importante, lo que mola a los carpetovetónicos es poder estar, solo o acompañado, en el interior de ese segundo living-comedor (sin sofá de escay ni calendario enmarcado sobre la pared de Unión Española de Explosivos) revolcados en el merengue de ruidos de tragaperras, vocerío, servilletas grasientas de papel por el suelo y cierto tufillo a tigre. Y si el camarero se llama Paco, nos tutea, viste de negro, luce barba de tres días, patillas garrulas y unos aros de dilatación en las orejas, miel sobre hojuelas. Un bar sin esas características está condenado al fracaso. Seguro, oiga.

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