lunes, 12 de octubre de 2020

El tío Calambres

 

Leo en La Vanguardia una breve entrevista que le hace Álex García al divulgador científico Jordi Pereyra y he descubierto cosas que no sabía. Por ejemplo, que un plátano es ligeramente radiactivo porque irradia los isótopos de potasio más inestables; que un cubo de wolframio de cinco centímetros de lado pesa dos kilos y medio; o que si cae un rayo cerca, en el suelo, entra por un pie y sale por el otro, sin dañar órganos. Por si las moscas, mejor que no hagan la prueba. Todavía recuerdo cuando un operario que trabajaba en la primera planta de una azucarera, donde se encontraban la carbonatación y las tachas, no tuvo mejor idea que ponerse a mear en arco por el agujero de un cristal roto, con la mala fortuna de dar su orina con un cable eléctrico. Le pasó algo parecido a aquello que cantaba Luis Aguilé en “El tío Calambres”. Y es que, cuando no se sabe Física, es mejor exonerar la vejiga en los lugares de costumbre. Lo del wolframio es otra cosa. Fue un filón que explotaron los nazis a cambio de ayudar a Franco en la Guerra Civil. Hitler lo necesitaba para construir aleaciones para blindajes y proyectiles más destructivos. Llegaron a establecerse sociedades conjuntas entre ambos Estados, como Sofindus, en Galicia, donde los nazis se centraron en la explotación del monte Neme, en Bergantiños, y en la zona de Casaio (Orense), que se convirtieron prácticamente en su única fuente de suministro. En estas minas llegaron a trabajar unas 20.000 personas. Y lo de los plátanos, les aseguro que yo me como dos al día y todavía no se encienden bombillas en mi cabeza en contacto con el pelo. Lo que ya no sé es si se encendería la bombilla de bajo consumo que me ofreció el que fuera ministro de Industria, Miguel Sebastián, y que se la debió de quedar, presuntamente, algún empleado de Correos.

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