Estoy de acuerdo con Gabriel Ramírez, que afirma hoy en El Correo de Andalucía que “soy de los que piensa que España debe buscar alternativas al modelo económico y productivo actual. Un país no puede depender del turismo y la hostelería hasta niveles tan peligrosos. Pero, de momento, es lo que tenemos; miles de familias viven gracias a la hostelería; y no se puede ayudar a que un sector quede arrasado”. Entonces, ¿cómo lo hacemos? España optó por lo más fácil, por la hostelería y el turismo de borrachera; es decir, por abrir las puertas de par en par a los extranjeros a un país para ellos “barato” y esperar a que nos dejasen divisas a fuer de tomar el sol y quemarse la piel, bañarse en nuestras playas, que es gratis total, comer paellas infames a las siete de la tarde, beber sangría, asistir a corridas de toros y ejercitarse mediante apuestas en el peligroso arte del balconing (perdonen el pseudoalglicismo) desde terrazas y azoteas a las piscinas de los hoteles. Triste es decirlo, pero España se ha convertido en un país de camareros mal pagados y de vendedores de suvenires de bailarinas con faralaes. Con esos mimbres difícilmente podremos hacer un buen cesto. Nadie esperaba la visita del SARS-CoV-2, ese indeseado turista, ni sus terribles sus consecuencias. La hostelería y las residencias de ancianos se han llevado la peor parte. No se puede depender del turismo hasta niveles tan comprometidos, ni parece ético “aparcar” ancianos a su suerte en inmundos guariches con precios exorbitantes. Respecto a mi opinión sobre los triajes prefiero correr un tupido velo, al no tener muy claro cómo se estructuran los niveles de prioridad en los hospitales ni a criterio de quiénes se separa el grano de la paja; o dicho de otra manera, quién decide que un enfermo viva y otro enfermo muera. También en eso, los ancianos llevan las de perder. La desgracia siempre se ceba con los desvalidos.
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