domingo, 25 de julio de 2021

Calandracas

 


En cuestiones culinarias resulta que un día, sin saber cómo o por qué, se puso de moda una tapa que hasta es posible que saliese triunfante de uno de tantos concursos de tapas que se han hecho tan habituales por dar un poco de oxígeno a los bares, últimamente tan machacados como consecuencia de las restricciones de aforos derivados de la pandemia de covid y que tantos establecimientos se ha llevado por delante. Algunas de esas especialidades culinarias de reciente creación terminan por convertirse en algo “típico” del lugar que visitamos por placer, o en el que hacemos una obligada parada y fonda. La “calandraca del Imperial” es un pincho toresano muy parecido muy parecido en su aspecto exterior al “figón zamorano” y a los “tubos” que se elaboran en el Restaurante España,  en Fermoselle. Los “calandracas” comenzaron a servirse en Toro hace pocos años en el Café Bar Imperial (Plaza Mayor, 10)  y, posteriormente,  en el Mesón Zamora, (Puerta del Mercado, 1). En principio  sólo se despachaban los días festivos para acompañar al vaso de vino de la tierra, o sea, ese vino elaborado con uvas “tintas de Toro”; que  aunque incluidas dentro de la variedad de tempranillo,  pertenecen a cepas  autóctonas con frutos de menor tamaño,  hollejos más duros y más potencial de antocianos (polifenoles solubles contenidos en los hollejos y que son responsables de la coloración). El “figón” zamorano recibió ese nombre porque los hacía Ramón Hernández en su establecimiento El Figón, en Zamora. El “figón” zamorano consiste en rebozar chorizo, jamón cocido y queso en una masa también conocida como pasta Orly y pasarlo por la sartén. En la “calandraca” toresana se sustituye el chorizo por un trozo de salchicha. Pero ya que estamos hablando de Toro, no debemos dejar caer en saco roto los “amarguillos almendrados” que elaboran las monjas dominicas del Monasterio Sancti Spíritus (calle del Canto, 27) que data de 1316. Y ya de paso, echar una ojeada  al palacio de los marqueses de Alcañices (actual colegio concertado “Amor de Dios”) donde pasó los últimos dos años de su vida Gaspar de Guzmán,  Conde-Duque de Olivares, y donde falleció (quizás envenenado por su propia familia) a las 10 de la mañana del sábado 22 de julio de 1645. Tenía 58 años de edad. Sus restos fueron trasladados a Loeches (Madrid). También es obligatoria una visita a la Colegiata de Santa María la Mayor  (4 euros la entrada) de autor desconocido (algunos lo atribuyen a Ambrosius Benson) para poder contemplar en su sacristía  la tabla pintada al óleo “Virgen de la mosca”, en el que se percibe la influencia de la Escuela de Amberes, sobre todo de Quinten Massys, quien se supone que fue su maestro. Las figuras femeninas, con rostros en tres cuartos, delgados y de nariz fina son características de este pintor. Ese insecto que aparece posado sobre la pierna de la Virgen, en su falda púrpura, fue añadido posteriormente por Fernando Gallego, cuya firma se retiró del cuadro tras la restauración llevada a cabo en 1966.

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