sábado, 31 de julio de 2021

¡Que inventen ellos!

 


La noticia me llena de estupor: “Suspenden la vacuna española sine die por causar lesiones pulmonares a un mono”. Nuestro gozo en un pozo. Se dijo que esa vacuna contra la pandemia de covid-19 estaba basada en una “tecnología novedosa” respecto a las usadas hasta ahora. Las tecnologías novedosas en este país hay que llevarlas a cabo con gaseosa de sobre y experimentarlas con pollos camperos, esos que nos presentan en las carnicerías con piel amarilla por haber tenido, supuestamente, una dieta con más carotenos. No sé que opinará Margarita del Val, aunque ya señaló al diario Sur que “los laboratorios no se improvisan de un día para otro”. En España siempre se trata de imitar a prestigiosos especialista aunque se carezca de recursos. Los que ya peinamos canas todavía nos acordamos del doctor Barnard y su primer trasplante de corazón  practicado el 3 de diciembre de 1967 en un hospital de Ciudad del Cabo. Y como España no podía ser menos, el 18 de septiembre de 1968 un fontanero de Galicia, Juan Alfonso Rodríguez Grille, de 41 años, sirvió de cobaya y se puso en manos de Cristóbal Martínez-Bordiú, yerno de Franco, para ser trasplantado de corazón. Pese al fracaso médico del “yernísimo”, hasta se permitió comunicar a los medios informativos que aquel primer trasplante español “abría un camino a la cirugía cardiaca lleno de posibilidades”. Y en un brindis al sol, Martínez-Bordiú prometió a viuda del trasplantado que aseguraría el futuro de su hija -entonces tenía tres años-  y pagaría sus estudios. Nunca cumplió aquella promesa. Después aparecieron los chistes contra el yerno del dictador, algunos de mal gusto. Llegó a decirse que mató a más pacientes en La Paz que su suegro en la guerra. Pero no pasó nada. Aquí nunca pasaba nada.  La “prensa del Movimiento” siguió presentándo a ese matasanos como uno de los mejores cardiólogos del mundo. Ahora, lo sucedido con el mono, da idea de lo poco que en España se invierte en I+D+i y que, como dijo en 1906 por carta  Miguel de Unamuno a José Ortega: ¡”Que inventen ellos”! Así, en un informe publicado en Bruselas en 2006 y referido a España, se decía: “Su espíritu emprendedor atraviesa una etapa de capa caída, sus empresas no quiere ni oír hablar de invertir en innovación y las patentes brillan por su ausencia”. Algo que parece normal en un país de curas, funcionarios y camareros.

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