sábado, 24 de julio de 2021

Esperanza con fecha de caducidad

 


Celedonio Pérez, en su artículo “El canto quebrado de las alondras”, publicado ayer en  El Correo de Zamora, se pregunta: “¿Qué fue de aquel tiempo en que los pueblos rebosaban de gente y vivían todos los abuelos?”. Y se contesta: “Pues que se nos ha ido y con covid o sin él sabemos que nunca va a volver”. Celedonio Pérez entiende que “no es verdad que el ámbito rural esté resucitando y recuperando mimbres para hilvanar el cesto del futuro, no. Los pueblos no se anuncian con focos de neón, que cada vez tienen menos farolas, aunque en sus valles brote la electricidad que se consume en las grandes ciudades y llene de números las cuentas bancarias de otros que viven lejos, más allá de las montañas”. Se puede decir más alto, pero no más claro. Para Celedonio Pérez, “el estío ha llegado con dolor de pecho y ya ni los pueblos suenan a bicicleta, que niños y adolescentes no hacen multitud y andan perdidos por las esquinas jugando al Fortnite. La pandemia nos ha robado los sonidos, pero el tiempo, la abulia y ese sentir hacia dentro heredado de nuestros antepasados, nos están rematando”. Celedonio Pérez entiende, en fin, que “algo le pasa a esta provincia [la provincia de Zamora] donde hasta las alondras han cambiado la modulación de su canto, es menos sicalíptico, más terrenal y apagado”. La alondra emite un canto largo y continuado, con una sucesión de trinos encadenados, repetitivos y sin pausas. La alondra migra de día y de noche. La llamada durante el vuelo es un “krrl” agudo, como el sonido que hacen los dientes de un peine. Quizás sea una manera sutil de señalar a los pocos moradores que van quedando en el medio rural, en eso que ahora se conoce como la España vaciada, que “se van a enterar de lo que vale un peine”, que es expresión de jerga inquisitorial referida a un artilugio que tenía unas púas de acero muy puntiagudas para desollar la piel del torturado. Existe una ley (45/2007, de 13 de diciembre) para fomentar en el medio rural un impulso de desarrollo sostenible. Son como cantos de alondra, como ese “krrl” que hacen las púas de un peine. Los pocos abuelos que van quedando saben que las promesas de los políticos se las lleva el viento. Niños no quedan y alondras cada día menos. En los pueblos olvidados hasta la esperanza, que es lo último que se pierde, tiene fecha de caducidad.

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