lunes, 25 de agosto de 2008

Nueva mazurca

En el cuaderno de bitácora que comencé este verano, debo seguir con su avance de apuntar mis impresiones. Esto no es "Mazurca para dos muertos" donde, como dice Cela, "llueve mansamente y sin parar, llueve sin ganas pero con una infinita paciencia, como toda la vida, llueve sobre la tierra que es del mismo color que el cielo, entre blando verde y blando gris ceniciento, y la raya del monte lleva ya mucho tiempo borrada". Y en esta nueva mazurca para 154 muertos, de momento, de poco sirven ya ni el gabinete de crisis ni los capelos cardenalicios. La muerte siempre produce costernación. Por estos andurriales no llueve mansamente, el paisaje no es verde y la paciencia de los familiares se está agotando.

Manuel Martín Ferrand, en su columna de ABC del pasado domingo, "Honrar a los difuntos", comenta (en relación con el próximo funeral en la Almudena) lo siguiente: "Los no creyentes, deberían entender que las ceremonias no comportan ni síntoma ni compromiso para quienes, en ejercicio cívico, asisten a ellas. Inventar un ritual laico, como vamos viendo, en las bodas civiles, no es fácil y tiende a colocar a quienes lo practican en el borde del ridículo. Mover tradiciones es más difícil que mover montañas y ambas, por cierto, se mueven por la palanca de la fe".

Estoy de acuerdo con Manuel Martín Ferrand en que los rituales laicos suele colocar, a quienes lo practican, al borde del ridículo. Conozco casos. Pero sigo pensando que el Estado es aconfesional, como señala la Constitución, y que un acto religioso en la nueva catedral de Madrid, presidido por los Reyes de España, no ayuda en nada a los familiares de difuntos que practican otras religiones, o que no practican ninguna. Y, añado, como lo vengo haciendo desde hace unos días desde mi blog, (y conste que me molesta ser tan reiterativo), que tampoco ayuda en nada que la ceremonia prevista para el 1 de septiembre en la Almudena esté oficiada por el cardenal Rouco Varela, responsable máximo de que Federico Jiménez Losantos continúe, un día sí y otro también, vomitando disparates desde la cadena COPE, o sea, desde la cadena propiedad de la Conferencia Episcopal.

Creo que es sencillo de entender. La causa de la causa, es causa de la causa misma. Jiménez Losantos es responsable de lo que cuenta en los micrófonos por la mañana, César Vidal, por la noche y Cristina López, por la tarde. Tampoco es difícil de comprender que estamos en un Estado de derecho, que existe el artículo 20 de la Constitución y que, a ningún ciudadano, tampoco a esos locutores, se les puede poner bozal, ni a la COPE se le deben interponer ruidos desagradables e interferencias de toda índole, como fue habitual con dos emisoras, Radio España Independiente y Radio Pirenáica, en los oscuros tiempos de Franco. De la misma manera, tampoco se debe cerrar "Libertad digital", por mucho que en ese periódico digital escriba lo que entienda conveniente Pío Moa, Aquilino Polanco, o el "sursum corda", como vergonzosamente se hizo en su día con el diario "Madrid".

Sin embargo, entiendo que será necesario poner cada cosa en su sitio. "Similis simili gaudet", que traducido quiere decir "lo igual, a su igual llama". Rouco es el responsable de la emisora COPE, que debería llamarse COPÓN, y no debe presidir una ceremonia religiosa de este nivel. Molesta a muchos españoles, entre los que yo me encuentro, su presencia, su soberbia, sus gestos, su mirada y hasta su tono de voz. En una palabra, si resulta que ahora los de protocolo entienden como inevitable el oficio religioso, por estar mandadas las invitaciones o vaya usted a saber por qué, llévese a cabo, pero que sea mediante otro oficiante de menor ringorrango. A ojos del Dios de los católicos, suponiendo que ese Dios no tenga la vista cansada, deberá tener el mismo valor. Estoy convencido, me lo dice la intuición, de que el cardenal Rouco no cree en nada trascendente y que, por no creer, no cree ni en los que creen en él. Le sucede como a mí. Con la diferencia de que yo no me pongo una mitra en la cabeza ni hisopo al aire ni le lanzo humo de incensario a mi jefe. Aunque todo se andará.

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