En mi blog, AGUAS, correspondiente al pasado lunes 18 de agosto, deslicé un error en la tercera línea del segundo párrafo. Algunos lectores podrán pensar que tengo faltas de ortografía. Puede ser, pero conozco el verbo abrir y todas su conjugaciones. La hache se coló como ese virus letal que atraviesa hasta los filtros de porcelana. Mil perdones. Pero, como dijera Franco a la muerte de Carrero, "no hay mal que por bien no venga". Y el error, aún siendo imperdonable, sirve para que lo relacione con una anécdota que, en su día, me produjo bastante enfado.
En la década de los 90, yo era el único columnista diario de ABC en Aragón. Una tarde, asistí a la exposición de retratos a carboncillo de Alfredo Dieste, un oscense fetén ya jubilado de Ibercaja, que presentaba en la Sala Torrenueva. Me gustó, y le comenté al autor que iba a escribir algo sobre esa exposición. Aquella misma noche comencé a teclear mi vieja "underwod" y me salió un artículo niquelado. Lo envié a ABC y mi sorpresa fue mayúscula al día siguiente, al leerlo. Me habían "corregido" la palabra ermita, a la que le habían puesto una hache.
Esa misma mañana, creo que era domingo, llamé a Dieste para disculparme por la falta de ortografía que le habían añadido a mi texto en la delegación de la calle de San Jorge. Nunca quise saber a qué compañero podría atribuírsele tamaño disparate, si se trataba de un redactor, o de una de las becarias. Más tarde hablé por teléfono con José Luis Arangúren. Notó mi mal temple. Le expliqué a qué motivo se debía mi indignación. Aranguren, muy sosegado, trató de quitarle hierro al asunto. "No debes darle importancia" --me dijo--. " A la ermita le han añadido el campanario".
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