lunes, 3 de mayo de 2010

Bajo el baldaquín de la inoperancia

El pasado Primero de Mayo esperaba que hubiese grandes manifestaciones de trabajadores organizadas por los principales sindicatos de este país. No fue así. Me asombró conocer la escasa participación ciudadana en un Estado donde la cifra del paro sobrepasa ya los cuatro millones setecientos mil. Hace medio año se nos metió la bicha en el cuerpo con los posibles contagios de la gripe A. No pasó nada. Ahora, nuestros políticos temen un contagio del problema griego, donde no está en danza un virus letal sino una contrariedad económica del tamaño de King Kong, o sea, aquel gigantesco gorila ficticio que habitaba en la Isla Calavera. España, no sé si por autoaplicarse medicamentos antivirales, ha decidido prestar más de 9.000 millones de euros, como aportación al plan de rescate griego, que es como el “zanamivir” necesario para que pueda dormir tranquilo el PSOE hasta las elecciones de 2012. Después, el diluvio. Aznar ya ha manifestado en una entrevista a Bloomberg que “arreglaría la crisis con disciplina y flexibilidad”. Pero nuestro gozo en un pozo, porque no ha dado la fórmula del remedio poderoso. Aznar se me antoja como aquellos sacamuelas que deambulaban por todo el Oeste americano sobre un carromato ofreciendo crecepelos y recetas milagrosas de curación con sólo tomar dos tragos de un brebaje. Y los responsables de los dos sindicatos mayoritarios, por otro lado, actúan como si fueran dos ministros sin cartera. Aquí el problema no consiste en saber cuándo podremos ver luz al final de un subterráneo económico que parece el túnel de “El lazo”, que también, sino averiguar de qué modo podrán despertar los españoles de su parálisis, que ya más parece fruto de una anestesia mal aplicada. Porque, para mí, al conjunto de cesantes españoles les ha puesto la mano encima Anthony Blake. Ya pueden ver cómo está el panorama: los Príncipes de Asturias enseñando sus nuevas fotografías civiles y militares; el Gobierno sacudiendo palos de ciego; Aznar convertido de la noche a la mañana en el mago que imparte telequinesia; los banqueros escondiéndose de nosotros para reírse, como los gigantes de Concha Alós; los secretarios judiciales con incremento de trabajo por el “marrón” de las oficinas judiciales; la Derecha esperando que madure el higo para que caiga por su peso; y los parados en el bar, esperando que escampe. Y todos nosotros, sin excepción que valga, bajo el baldaquín de la inoperancia.

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