lunes, 17 de mayo de 2010

Quietos en la mata

En España todo viene bien. Como somos un país de servicios, cuando un peón de la construcción se queda sin tajo en el andamio, o para llevar la carretilla, se le ficha como camarero en un chiringuito de playa y tan contentos. Cuando el verano se termine, ya se verá qué se hace con él. Quizás para entonces se necesite un reponedor de aguas minerales y latas de conserva en el supermercado de la esquina. Los españoles no somos nada selectivos. Cuando acudimos al chiringuito con la mujer, la suegra, un rabo de hijos y un vecino de escalera soltero, muy buena persona, al que hemos llevado en el utilitario hasta la playa para que cambie de aires y tome color, pedimos una ración de sardinas a la plancha, otra de sepia y unas cañas de cerveza, sin pararnos a considerar cómo sirve lo solicitado el camarero de mesas. Nos da igual si tiene las manos ásperas o si tiene más pluma que un apache chiricahua; si sirve por la izquierda y recoge por la derecha; si las servilletas son de papel, o si toma los vasos vacíos metiendo los dedos por la parte de arriba. La cosa es pasar el rato y colmar la andorga. Los australianos, en cambio, por aquello del ramalazo inglés que les pilla de cuerpo entero, se han hecho selectivos. No hace muchos años, cuando un español, un italiano, o un griego, no encontraba trabajo en lo que mejor sabía hacer, se sacaba el pasaporte y se iba a Australia, a cuidar ganado, o a espantar conejos. Las puertas de lo laboral estaban abiertas a todo el que llegaba de fuera. Pero ahora las cosas han cambiado. Así, el Gobierno australiano ya ha anunciado reformas en su política de inmigración. Trata de reducir a la mitad la lista de categorías profesionales más demandadas: peluqueros, cocineros y afinadores de pianos. A partir del próximo 1 de julio, los peluqueros sólo podrán emigrar a La Habana, donde para tener negocio propio sólo es necesario proveerse de una silla de enea, un peine y unas tijeritas cerca del Malecón. Los cocineros ya saben, al chiringuito del Mediterráneo, que da mucho juego. Los afinadores de pianos lo tendrán más fácil si se afanan en dedicarse de lleno a la política. Es fácil: se mete uno en las listas para concejal por el partido X, y si suena la flauta y resulta elegido, entonces solicita del mandamás hacerse cargo del negociado de Urbanismo, poniendo firmeza en la cara al estilo de Julián Muñoz. A la antípoda, que vaya Óscar Higares, La Legionaria, la Trapote y toda esa panda de “Supervivientes”.

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