jueves, 20 de mayo de 2010

Prohibiciones casi bucólicas

Recuerdo haber visto en alguna taberna carpetovetónica hace muchos años un anunció enmarcado sobre la pared donde se avisaba al cliente: “se prohíbe cantar, blasfemar y hablar de política”. Lo menos malo en la España de las prohibiciones durante los casi cuarenta años de franquismo fue que tales contravenciones solían estar atemperadas por el incumplimiento de la norma. Es decir, si echabas una partida de guiñote con el boticario, el sargento de la Benemérita y un falangista que regentaba el estanco del pueblo, podías decir cualquier tipo de disparate sin que pasara nada. La cosa cambiaba considerablemente si el autor de la blasfemia, o de la frase licenciosa, era un ganapán. Terminaba pasando la noche en el cuartelillo y, con mucha suerte, era puesto en libertad al día siguiente con tal de que se marchara del municipio. Era una forma sui géneris de interpretar el Derecho consuetudinario por parte de las entonces consideradas “personas de orden” e, incluso, el artículo 525 del Código Penal, que constituía palabra mayor, es decir, que ya no admitía interpretación de los presentes, sino de los jueces, por ser papel escrito. De la misma manera, el incumplimiento de la norma fue habitual hasta en los ferrocarriles. En los compartimentos de los coches de viajeros había más avisos que en la Gaceta de Madrid, todos sobre planchillas de hojalata. Recuerdo dos de ellos que se quedaron grabados a fuego en mi cerebro de niño. Uno de aquellos avisos era lo más parecido a un consejo de la abuela: “es peligroso asomarse al exterior”. Es evidente que se incidía en incuestionable pleonasmo. Era como ordenar: “¡métete adentro¡”, que perpetraba la misma figura retórica. El otro aviso era tajante: “Prohibido arrojar objetos a la vía bajo las responsabilidades a que hubiere lugar”. Parece claro que la inobservancia de esa pauta podría dar lugar a que alguien ajeno al servicio ferroviario pudiese sufrir un indeseado botellazo. Sin embargo, recuerdo que por el agujero del retrete caían las deyecciones directamente a la caja de la vía sin ningún tipo de responsabilidad para los viajeros con episodios de urgencia y las pertinentes evacuaciones intestinales.

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