A propósito del pan, Manuel
Martín Ferrand nos recordaba hace unos meses la llegada a España del rey Carlos
III acompañado del despótico italiano
Leopoldo de Gregorio, más conocido como marqués de Esquilache, causante de un
motín sin precedentes en la villa de Madrid. Como bien señalaba Martín Ferrand (XL
Semanal, núm. 1267), el verdadero motín no fue por causa de los recortes de
chambergos y capas largas impuestos por ese siniestro personaje, sino que ello
sólo fue el estopín que causó la explosión de una ciudadanía harta por los precios
alcanzados en el pan, que había duplicado su precio. En la España actual se han
producido todo tipo de recortes (Educación, Servicios Sociales, Sanidad, etcétera)
y se han acrecentado considerablemente los precios de los productos de primera
necesidad por causa del aumento de la inflación y del Impuesto sobre el Valor
Añadido. De momento, los que nada tienen, se conforman mansamente con acudir a
determinados centros asistenciales en donde se les suministra por humanidad
algo que llevarse a la boca, o se les provee de determinados productos básicos
para poder echar al puchero. La figura de Leopoldo de Gregorio se ha partido
hoy como una ameba, pero no la ya conocida fusión binaria, sino en varios sujetos: Wert, Mato, Báñez,
Ruiz-Gallardón, Montoro, Pastor, Soria… Cada uno de esos políticos a la violeta
recorta por donde puede y esquilma por donde menos se espera. Pero los
españoles vamos teniendo una suerte parecida a la de aquel juanpedro de Parladé
indultado en Nimes por José Tomás, al que nadie le libró, sin embargo, de
recibir en el albero tres pares de banderillas y varias varas en todo lo alto
hasta el toque de clarín. Ya no se ejecuta en las tapias de los cementerios ni
en las cunetas como se hiciese tiempo atrás con los represaliados del
franquismo en un supuesto “por el bien de España”. Ahora las cerradas descargas
se efectúan en forma de decretos-leyes desde el Boletín Oficial del Estado y
tras cada Consejo de Ministros. El Gobierno que preside Mariano Rajoy, amparado
en la mayoría absoluta, no parece que sienta remordimiento alguno cada vez que tira de la
tijera podadora. Debe dar por hecho que somos resistentes, que sanaremos de las
heridas causadas durante la lidia en ese ruedo de la recesión y el peso de los
ajustes; y es consciente, además, de que eso de dormir a la intemperie dentro
de cartones y rebuscar comida en los cubos de basura se ejerce por puro
patriotismo solidario, y que actuamos de figurantes para incrementar la fascinación
de los turistas.
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