En muchos hogares españoles
deberíamos sentar a la mesa a un pobre
en Nochebuena. Donde cenan cuatro, cenan cinco. Pero, aquel que esté dispuesto
a sentar a un pobre en su mesa deberá tener en cuenta ciertas premisas en
evitación de que el pobre en cuestión pueda sentirse incómodo. Los pobres
suelen ser muy triquismiquis cuando detectan determinados detalles indeseables.
Por ejemplo, cuando se le coloca un periódico por la hoja de las esquelas debajo
del asiento para que no pueda manchar el tapizado de la silla, o si nota cierto
distanciamiento familiar cuando le ponemos unos cubiertos de plástico de usar y
tirar, un vaso de cartón parafinado como los que utiliza McDonalds cuando
tomamos un “happy meal” y una servilleta
de papel. Al pobre hay que dejarle que coma a su albedrío y que pele los
langostinos del modo que Dios le dio a entender. Tampoco conviene darle la
barrila con eso del nacimiento del Niño-Dios y el humilde portal de Belén. Él
pobre, convertido en invitado por una noche, conoce mejor que nadie todos los portales y todas las bocas de metro, y
sabe lo que es pasar frío dentro de unos cartones y sin la compañía de la mula
y el buey. Al pobre, tampoco hay que entregarle, en el momento de despedirle,
una bolsa de plástico con la ropa vieja sacada del armario del abuelo difunto.
Los pobres detectan cuándo la familia desea quitarse lastre de la misma manera
que los perros nunca levantan la pata ni orinan en la puerta de la vivienda de
los agonizantes. Y de ninguna de las maneras se le debe invitar, tras la
copiosa cena, a ver la película “Plácido” en un cómo sillón de orejas mientras
toma a sorbitos una copita de anís “Manolete”. Recuerdo que, en cierta ocasión,
a mi abuelo no se le ocurrió mejor cosa que acercarse hasta la entrada de una
parroquia en la que pedía limosna un pobre de solemnidad, para hacerle entrega
de unos zapatos de color maleta que a él le quedaban estrechos. El pobre, muy
digno, los rechazó. Le dijo a mi abuelo algo así: “se lo agradezco de corazón,
pero yo siempre calzo zapatos negros”. Los pobres siempre se mueven en el
vaivén del columpio del decoro y hasta saben palmar de un modo respetable.
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