Dice Wert: “Soy como el toro
bravo que se crece con el castigo”. Pues nada, en cada reunión que de ahora en
adelante tenga con los agentes sociales habrá que procurar que se le ponga en
la sala un microsurco con la música del Empastre interpretando “Amparito Roca”
o “Churumbelerías” con clamor y moscas. José Ignacio Wert, el actual ministro de Educación y Cultura, tiene, más
que hechuras de toro bravo, vocación de torero de salón. Imaginen al maestro
Wert, de nazareno y oro, haciendo el paseillo por el albero de una plaza de
tercera categoría, sin enfermería, más tarde citando al toro desde los medios,
creciéndose con el percal mirando al tendido y quedando bonito ante el
respetable. Pero Wert, el Niño de Rajoy, no es consiente de que hay que mantener el
tipo, no descomponerlo. Wert es apellido alemán que traducido significa
“valor”. Y a Wert no le falta valor ni tampoco cara dura. “¿Que esta ley no me
gusta? No pasa nada, la cambiamos”. Es capaz de lidiar hasta los toros de Guisando, que son de
piedra y no se mueven. El caso es aligerar la faena y, a poder ser, contar con
una buena crónica de Andrés Amorós al día siguiente, que para eso es Premio
José María de Cossío y crítico taurino del diario Abc. Ya decía Cela que “el
torero de salón no tiene ayuda. Se necesita, sobre ser torero, ser un gran
actor dramático para torear de salón. Decir ¡pasa, toro! a una silla que se
queda quieta es mucho menos normal que decírselo a un toro que, a lo mejor,
pasa tan deprisa que no da tiempo ni a terminar de decírselo”. Wert dice que se
crece con el castigo. Eso es venirse arriba, deseos de arrancarse por reboleras
y templanza frente al negro zaíno.
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