La Iglesia
católica se empeña en señalar en los púlpitos y en las homilías, siempre por
cuenta de clérigos que nunca han cimentado una familia ni saben lo que cuesta
llevar dinero a casa, la importancia que tiene la familia cristiana. Alrededor
de la alianza entre varón y mujer existe una gran variedad de valores, usos,
costumbres, normas y leyes que la configuran no sólo como un grupo social
característico, sino como una institución social fundamental. Y tales
funcionarios de un Cielo difícilmente azul hacen énfasis en la indisolubilidad
del matrimonio. Siempre terminan poniendo como ejemplo a Saulo, de nombre artístico san
Pablo, al que atribuyen que llega a comparar la unión entre los esposos a
la que existe entre Cristo y la Iglesia católica por ellos
manejada. Hasta que Juan Luis Ossorio, marqués de la Valdavia,
dio en la diana cuando afirmó que “la familia es una importante institución, de
muy difícil manejo”. Mas tarde, J.V.
Marqués, en su artículo “La insólita
modernidad de la familia”, publicado en un magacín semanal en los años 80,
se anticipó como un iluminado a lo que viene aconteciendo ahora, treinta y
tantos años más tarde. Decía entonces Marqués: “La exaltación actual de la
familia responde al propósito de liquidación del llamado Estado de bienestar.
¿Qué no se puede resolver el paro? Nada como la familia para alimentar y dar un
dinero de bolsillo a los jóvenes. ¿Qué la sanidad pública es deficiente? Nada
como la madre, la tradicional mujer abnegada, para atender a los enfermos. ¿Qué
no hay guarderías públicas? No importa, así se disfruta más del cariño de la
mamá. ¿Qué no hay dinero para asumir el apoyo al drogadicto y su eventual
desintoxicación? Aquí está la familia como supuesto arropamiento del afectado.
¿Qué los salarios no permiten contratar cuidadores o cuidadoras de niños? Aquí
están los abuelos, encantados de quedarse con los nietos…”. Nos han endosado el
muerto y no queda otra que aguantar lo que venga. Vale, pero que no adoctrinen
con éticas victorianas unos tipos que han optado por el celibato, que es lo
cómodo y lo que encaja con los intereses económicos de esa Iglesia, y cuya
única misión en este mundo consiste en vivir del cuento.
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